Capítulo 49

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No tiene derecho. El puto Sawyer Winston no tiene ningún derecho a ponerle toda su alma a una canción que encaja tan bien con nosotros e interpretarla delante de decenas de personas para pedirme que le dé una oportunidad. No puede hacerme eso. 

Pero acaba de hacerlo.

Al gruñido de frustración que suelto nada más poner un pie fuera del bar le sigue otro cargado de rabia en cuanto me doy cuenta de que me he dejado el abrigo y la mochila dentro, en la mesa en la que he abandonado a Lana y a Dylan. Es difícil saberlo con certeza con lo oscuro que está el cielo, pero, por cómo el frío me muerde por todas partes, apostaría a que está a punto de empezar a nevar.

—Joder —mascullo.

Tengo que volver a por mis cosas. Pero... Regresar implica enfrentarme a Sawyer.

Por suerte, tengo el móvil en el bolsillo de la sudadera y, nada más recordar que está ahí, lo saco y lo desbloqueo para llamar a alguno de mis amigos y que sean ellos quienes me traigan lo que me he dejado olvidado. Y, de paso, que me lleven a casa.

—¿Así es cómo crees tú que se solucionan los problemas? ¿Huyendo?

Dejo de deslizar los dedos temblorosos por la pantalla de mi teléfono al escucharle justo a mi lado. Estaba a punto de llegar a la D en mi agenda de contactos.

—Déjame en paz —le ladro, volviendo a buscar el nombre de Dylan en el listado, sin siquiera dignarme a mirarle.

—No —replica, tajante—. Vas a escucharme.

Ahora sí, me atrevo a alzar la vista y a posarla en él.

Ha debido de salir corriendo detrás de mí, porque, como yo, no lleva chaqueta. De hecho, todavía tiene la guitarra. La correa le cruza el pecho y el instrumento está apoyado en su espalda, con el mástil sobresaliendo tras él. La luz de las farolas hace que el azul de sus irises parezca más claro de lo que es y el helado viento de esta noche de mediados de diciembre le agita el pelo rubio y le corta las mejillas, sonrojándoselas.

—No quiero escuchar más mentiras —repongo, dirigiendo una mirada incendiaria a sus gélidos ojos.

—No. Te voy a decir la verdad —bufa y, antes de que pueda impedírselo, comienza a hablar, desesperado—. La verdad es que soy un puto cobarde. Tendría que haberte confesado hace diez años que estaba loco por ti. Todas esas noches tras la muerte de tus padres... Tendría que haberme atrevido a subir a tu cuarto a abrazarte hasta que te quedaras dormida, en lugar de sentarme en el porche de tu abuela a escucharte llorar. Tendría que haberme portado bien contigo en el instituto. El primer día que nos cruzamos por el campus, tendría que haberte dicho que me vine a Michigan por ti. Pero me daba miedo. Me aterraba que me rechazaras, que me hicieras más daño del que me hiciste cuando decidiste dejar de hablarme, así, porque sí.

» Seguí queriéndote, aunque me echaras de tu lado. Todo este tiempo... He intentado sentir otras cosas por ti. Odio, resentimiento. Durante años, he logrado estar enfadado contigo por cómo me destrozaste el corazón. Pero, en el fondo, no he dejado de adorarte ni por un solo segundo.

» Cuando supe que te hacía falta dinero para costarte este último año de carrera, pensé en dártelo de forma anónima. Pero luego quise hacerme el valiente. Aunque, bueno, ahora no sé si actué más por egoísmo que por otra cosa. Porque necesitaba saber si de verdad seguía enamorado de ti o si lo que me gustaba era mi idea de ti, de la Megan estúpida y cabezota que solía ser mi amiga. Y Em rompió conmigo y mi padre ya estaba insistiéndome otra vez en que te pidiera salir a ti. Bueno, mi padre y mi hermana. Y mi madre. Así que... Te lo pedí.

» No quería nada de ti. Solo comprobar si mis sentimientos tenían sentido o no. Por eso puse las reglas. Para recordarme a mí mismo cuáles eran las líneas que no podía traspasar y para que tú supieras que no buscaba beneficiarme de lo que estábamos haciendo. Pero todo ha salido mal.

Nada de enamorarseWhere stories live. Discover now