Capítulo 24

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He tanteado la posibilidad de contarles todo lo de Nate también a Lana y a Dylan. Si Sawyer me creyó sin pensárselo dos veces, no me cabe ninguna duda de que mis dos mejores amigos también lo harán.

Pero todavía no soy capaz de imaginarme pronunciando las palabras necesarias sin que me entren arcadas.

Sospecho que si pude decírselo a Sawyer fue solo porque, en realidad, él lo descubrió solito. Lo único que tuve que hacer fue asentir y soltar un par de monosílabos, pero explicar toda la historia de principio a fin es algo muy diferente, mucho más complicado.

Lo que sí que he hecho ha sido pedir que me cambien el horario de clases para dejar de coincidir con mi ex en todas esas asignaturas que compartimos. Es algo que ya había contemplado hacer hace no mucho tiempo, aunque nunca me había animado a dar el paso hasta ahora. Y todo porque no puedo dejar de pensar en la rabia con la que Sawyer mencionó el detalle de que me veo obligada a cruzarme con Nate por la universidad cada día.

Ahora las asignaturas que antes daba por la mañana son por la tarde y viceversa. El viernes fue mi primer día con esta nueva distribución y me confundí todo el rato de aula.

Además, Sawyer ha desaparecido. No he vuelto a verle desde que se marchó de mi casa después de atender la llamada de esa tal Nadine. Me escribió un par de mensajes para decirme que iba a estar ocupado durante toda la semana y que no iba a poder venir a la facultad, pero eso fue todo. Y yo no le he hecho preguntas al respecto.

Ayer me pasé la tarde encerrada en mi cuarto, estudiando. Y esta mañana la he empleado en lo mismo, tras salir un rato a correr. Ahora, por la noche, le estoy echando la bronca a mi yo de hace unas horas por ser tan idiota, porque con tanto madrugar para entrenar y tanto estudio, me encuentro agotada para trabajar.

Por suerte, solo me queda media hora para que acabe mi turno en el bar y pueda volver arrastrándome al apartamento.

Estoy tan ensimismada soñando despierta con cómo voy a tirarme de cabeza a la cama en cuanto llegue a casa, que se me cae uno de los vasos de tubo y el cristal se hace añicos en el suelo.

—Tía, Meg, ¿qué pasa? —casi me reprende Alan, que viene corriendo a mi lado, alarmado por el ruido.

Me agacho paga recoger los pedazos rotos y él me imita.

—Nada, que estoy cansada.

Mi compañero curva los labios hacia abajo.

—Un ratito más y serás libre —intenta animarme—. Venga, espabila. Te necesito centrada al cien por cien mientras voy a entrarle al rubio del fondo.

Seguimos de cuclillas en el suelo, pero Alan estira el cuello para mirar hacia el lugar de la barra al que se refiere y yo hago lo mismo.

Y resulta que ese chico rubio del fondo que ha captado su atención no es nada más y nada menos que Sawyer Winston, con el pelo revuelto y la chupa de cuero, ofreciendo el mismo aspecto que tenía cuando hizo acto de presencia por sorpresa en esa horrible fiesta de Halloween.

Reprimo una sonrisa.

—¿Ese de ahí?

Alan asiente.

—¿No ves lo solo que está? Habría que estar ciego para no darse cuenta de que necesita compañía. Va, deséame suerte.

Se levanta de un salto y yo también me pongo en pie, aunque con menos entusiasmo.

Me cruzo de brazos y, esta vez sí, le dedico una sonrisa.

—Suerte —canturreo.

Esto va a ser divertido.

Nada de enamorarseWhere stories live. Discover now