Capítulo 6

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Este último viernes de septiembre las calles de Ann Arbor han amanecido mojadas gracias a una fría llovizna que todavía insiste en alcanzar hasta el último rincón de la ciudad, pero eso no me ha impedido salir a correr, ni tampoco es el motivo por el que decido regresar a casa más pronto de lo habitual.

No, si he acortado mi carrera por el parque ha sido porque va a ser Sawyer quien venga a recogerme en lugar de Lana y Dylan y, aunque ayer le facilité mi dirección al chico, él no ha especificado la hora exacta a la que  se va a presentar en mi casa.

Sigo corriendo cuando enfilo la calle en la que se encuentra mi edificio, con una canción de Rammstein destrozándome los tímpanos y tan absorta en la música que no me habría dado cuenta de que el Tesla blanco de Winston ya está aparcado entre los coches de mis vecinos de no ser porque, cuando estoy a punto de entrar al portal, escucho un claxon y me giro por inercia hacia la dirección de la que proviene el sonido.

Sorprendida por lo temprano que ha llegado, voy hasta el vehículo y rodeo el morro para plantarme de brazos cruzados frente al lado del conductor. Apenas me ha dado tiempo a alargar la mano, con la intención de llamar dando unos golpecitos con los nudillos, cuando el cristal tintado de la ventanilla baja muy despacio y al otro lado aparece Sawyer.

Una de sus cejas se alza por encima de las Ray-Ban negras que lleva puestas hasta desaparecer bajo los desordenados mechones de pelo rubio que le tapan la frente.

—¿Qué estás haciendo? —inquiere.

Sus gafas son tan opacas que es imposible saber qué ocurre tras ellas, pero tengo la sensación de que me está examinando con la mirada de sus inexpresivos ojos azules.

Las gotitas de sudor se mezclan con las de lluvia sobre mi piel al descubierto, porque voy solo con un sujetador deportivo y nada me cubre el resto del torso, ni el cuello ni los brazos. Todos mis tatuajes están a la vista y no hay nada que desee más ahora mismo que tener una sudadera a mano para poder taparlos, esconderlos.

—Acabo de venir de correr —explico, intentando desviar su atención de la tinta que me recorre todo el cuerpo—. Me ducho y bajo enseguida —me apresuro a añadir, al ver que no reacciona.

Echo a andar sin esperar a que me responda, alejándome del Tesla para refugiarme en la seguridad de mi casa. Aunque, una vez aquí, lo cierto es que no me doy tanta prisa como le he dado a entender, sino que subo las escaleras con tranquilidad hasta el piso y, ya dentro, me tomo mi tiempo para darle los buenos días a mi abuela e incluso me quedo unos minutos más que de costumbre bajo la alcachofa de la ducha, disfrutando del agua tibia.

Me digo a mí misma que lo hago porque ha venido mucho más pronto de lo que suelen venir a por mí Lana y Dylan y eso me da cierto margen para no ir con prisas, pero ¿a quién quiero engañar? Lo que busco es poner a prueba la paciencia de Sawyer. Sé que no debería, pero me cuesta renunciar al viejo hábito de querer hacerle enfadar. Es más, ahora me atrae más que nunca la idea de cabrearlo, de hacer añicos esa actitud imperturbable que se gasta. Antes no era así de hermético y distante, más bien al revés.

Dejo de darles vueltas a esas ideas cuando salgo del baño y vuelvo a pasar por la cocina para despedirme de mi abuela, que ya casi ha terminado de desayunar.

—Me voy —la aviso, dejando un beso distraído en su mejilla—. Pasa un buen día.

—¿Y Lana? ¿Te vas tú sola? ¿Andando?

Ya casi he alcanzado la puerta de la estancia, pero freno mis pasos en seco al escuchar sus preguntas y me giro para volver a estar frente a frente con ella.

Me maldigo a mí misma. Lana sube todos los días sin falta a hacerle compañía durante el desayuno mientras yo termino de arreglarme, no sé cómo he pensado que no se daría cuenta de Dylan y ella ya no van a recogerme más.

Nada de enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora