Capítulo 14

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Después de pedirme disculpas ayer, de aceptar que ambos ignoremos nuestro fatídico pasado en común y de arrodillarse ante mí en mitad de la calle, el estúpido de Sawyer Winston no ha traído su estúpido y carísimo coche hasta la puerta de mi casa esta mañana para llevarme a la uni.

He estado esperándole unos diez minutos, helándome de frío, y no se ha dignado a aparecer. Iba a llamarle para recordarle con muy poca educación que tenía que recogerme cuando, buscando su número recién agregado en mi agenda de contactos, me he topado con el de Lana y al final le he dado un toque a ella para que venga a por mí.

De modo que mi amiga me ha traído a la facultad, con Dylan haciéndome compañía en el asiento trasero y uno de los primeros discos de Avenged Sevenfold sonando a todo volumen en el interior del vehículo. Como en los viejos tiempos.

A Sawyer no lo he visto en toda la mañana, a pesar de que se suponía que teníamos que almorzar juntos para seguir alimentando los rumores sobre nosotros que ya corren como la pólvora por todo el campus.

Agradezco no haberme cruzado con él, pero ahora, en clase del profesor Heinrich, mientras este diserta sobre el giro lingüístico, no puedo evitar ponerme a divagar y acabo dándole vueltas a por qué coño el chico no ha dado señales de vida.

No creo que Nate le haya hecho nada. Es decir, por supuesto que mi ex es más que capaz de darle una paliza a alguien, pero no tengo claro si ese mierdecilla es lo suficientemente valiente (o idiota) como para enfrentarse a Sawyer. Winston le supera en altura y me apostaría lo que fuera a que también es más fuerte que él, y Nate es más de pegar a personas indefensas y asustadas, esas que sabe de sobra que no van a devolverle los golpes.

Además, por lo poco que alcanzo a ver de él desde donde estoy sentada ahora mismo, Nate no tiene pinta de haberse peleado con nadie en las últimas horas. No es que tenga mucha fe en el capullo de Sawyer, pero imagino que, si se hubieran enfrentado, mi novio falso le habría propinado un buen puñetazo, como mínimo. Pero Nate no presenta ningún signo de violencia en la cara.

Peyton me da un codazo y no tengo más remedio que apartar la mirada de mi ex para pasar a posar mi vista en ella.

—¿Qué? —inquiero en un susurro.

—¿No habías prometido que tomarías apuntes? —casi me regaña.

A veces no entiendo cómo nos hicimos amigas en su momento, siendo ella tan responsable y yo tan desastre en lo que a los estudios se refiere.

Mascullo una maldición y me tomo su recordatorio cargado de reproche como un consejo. Intento reengancharme a la clase y no tardo en empezar a teclear en mi maltrecho portátil algunas de las ideas que el profesor está exponiendo.

Por suerte, no tengo que hacerlo durante mucho tiempo, porque la lección termina apenas un par de minutos después, librándonos a todos los presentes de este sufrimiento.

No obstante, como el viejo cacharro que tengo por ordenador va tan lento, tardando una eternidad en guardar los archivos y cerrar las pestañas, me quedo algo rezagada. Hasta Peyton termina antes que yo de recoger sus cosas, dejándome esperando a que el dichoso portátil se digne a apagarse después de haber conseguido cerrar el documento de Word. Me digo a mí misma que tengo que dejar de posponer lo de comprarme otro... Con el dinero de Sawyer.

—Hola. Eres Megan, ¿no?

Alzo la vista hacia la persona que se me ha acercado con tanto sigilo que no me he dado cuenta de que ha llegado a mi lado hasta ahora. Reconozco al chico enseguida: es Tucker Kessler.

Me quedo callada y mirándolo durante unos segundos más de lo necesario, pero es que vaya ojazos. Los tiene verdes, con algunas motitas marrones alrededor de las pupilas, y además lleva eyeliner, haciendo que esos inusuales irises resalten más. Madre mía, mi mayor fantasía a los catorce años eran los chicos que se pintaban la raya de los ojos, tipo Gerard Way. La verdad es que sigo sintiendo cierta debilidad por ellos.

Nada de enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora