Capítulo 23

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O mi baño es muy estrecho o él ocupa demasiado. O las dos cosas.

El caso es que, con Sawyer de pie y de espaldas al lavabo, pero apoyando la parte baja de la espalda en el borde de la superficie de cerámica, a mí apenas me queda espacio para moverme por la reducida estancia.

He doblado un cuadradito de papel higiénico y se lo he dado para que se tapone la nariz con él mientras yo rebusco en el armarito de al lado del espejo lo que voy a utilizar para curarle.

Ya me he hecho con lo necesario y me dispongo a cerrar la puerta del pequeño mueble cuando, por el rabillo del ojo, veo cómo él echa la cabeza hacia atrás, presionando hacia adentro el improvisado tapón de papel.

—Así te vas a tragar toda la sangre —le advierto—. Quédate normal o mira hacia abajo.

Para mi sorpresa, me hace caso sin rechistar, volviendo a su postura anterior. Clava la vista en la pared de azulejos, la cual podría tocar tan solo con estirar un poco el brazo. La verdad es que, al contrario de lo que esperaba que hiciera, no se ha quejado ni un poquito cuando lo he arrastrado escaleras arriba hasta el piso y después lo he guiado por los claustrofóbicos pasillos de mi casa hasta mi no menos claustrofóbico cuarto de baño. En su lugar, se ha limitado a mirarlo todo con curiosidad, sin pronunciar palabra.

Cierro el armario y me coloco delante de él, con la espalda casi pegada a la pared, aunque, incluso así, ya estoy invadiendo por mucho su espacio personal.

—Creo que ya se ha cortado —comenta.

Frunzo el ceño, pero cuando saca el papel teñido de rojo oscuro de su nariz ambos comprobamos que, en efecto, la hemorragia se ha detenido.

Le indico con un gesto que tire el tapón al váter y me obedece al instante.

—Voy a ponerte esto —le informo, enseñándole el tubo de crema que he sacado del armario—. Es para la inflamación y para que no se te ponga el ojo morado. Bueno, más morado aún —me corrijo, porque lo cierto es que ya se le está amoratando y cerrando. Está hecho un cuadro.

Estoy desenroscando la tapa del tubito y acercándome un poco más a él cuando extiende la mano entre nosotros.

—Puedo ponérmela yo.

—Te la voy a poner yo —replico, reponiéndome enseguida de lo desprevenida que me ha pillado.

Es lo menos que puedo hacer, ¿no? Además, no creo que su vista esté en las mejores condiciones para que pueda hacerlo él mismo. Apenas veo un destello del azul de sus irises entre los párpados hinchados.

No ofrece más resistencia. Aprieta los dientes y cierra el ojo bueno con fuerza, esperando a que le aplique la crema.

—Venga, no seas crío —le suelto—. No te va a doler, idiota. Al revés, te va a calmar.

Entreabre el ojo derecho.

—Está bien —murmura, no muy convencido.

Tengo que obligarme a contener un resoplido. Es peor que un niño pequeño.

Me pongo una generosa cantidad de crema en las yemas de los dedos índice y corazón y empiezo a extendérsela en la cara, comenzando por la zona de debajo del ojo, que es donde la hinchazón todavía no es tan pronunciada.

Sawyer sisea y, cuando paso al párpado inferior, noto la carne inflamada ardiendo bajo mi tacto.

—Joder —gime, dejando salir todo el aire que ha estado conteniendo—. Está muy fría.

Casi se me escapa una sonrisa.

—Te lo he dicho —me regodeo—. Te alivia, ¿eh? El hielo también va muy bien, pero no impide que te salgan moratones. Esto sí. Y ahora te digo cómo tienes que lavar la camisa para que se le vayan las manchas, que seguro que es lo que más te preocupa ahora mismo —no puedo evitar burlarme un poquito.

Nada de enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora