Capítulo 22

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—Estoy hasta la polla de Literatura Contemporánea —se está quejando Dylan.

Lana suelta una carcajada.

—Pues apruébala de una vez. ¿Cuántas veces la has cursado ya? ¿Tres?

—Dos —gruñe él.

—Mira, te la cambio por Derecho Administrativo —le ofrece la chica, en un alarde de generosidad—. No puede ser peor.

—No hay nada peor que Contemporánea —bufa Dylan, tirando al suelo el cigarrillo que se estaba fumando.

Los tres nos dirigimos al aparcamiento tras una larga mañana de clases. Se supone que Sawyer me está esperando allí.

—Claro que lo hay —intervengo—: todas las asignaturas que imparte el profesor Heinrich. Cualquier cosa que ese hombre intente explicar se convierte en lo más tedioso del mundo.

—Pero si lo único que hacéis los de Filosofía en clase es debatir sobre quién de todos los tíos que estudiáis iba más colocado cuando se le ocurrieron sus mierdas —replica mi amigo, a lo que yo, aprovechando que voy andando justo a su lado, decido hace chocar mi cuerpo contra el suyo para darle un empujón.

Él, a su vez, empuja a Lana, que resopla con ganas.

—Vale, Dylan —le espeta—. Ya sé que te encanto, pero tampoco es para que te me tires encima.

El chico le saca la lengua y le quita el cigarro que ella se está fumando de entre los dientes para darle una calada él mismo.

—Qué bobo eres. Meg, dile que me lo devuelva.

Yo me rio.

—Déjalo, pobre —le digo—. Es la única forma que tiene de intercambiar saliva contigo.

Dylan se hace el indignado.

—No flipes, Meg. No tengo ningún interés en intercambiar ninguna clase de fluido con esta señorita.

Lana le dedica una risita sarcástica.

—Menos mal que el sentimiento es mutuo —contraataca—. Pero me debes un cigarro, que conste.

—Meg nunca se queja cuando le robo uno.

—Porque Meg, de buena, es tonta.

—Hostia, Meg. ¿Has oído lo que te ha dicho?

No, no lo he oído. Hace unos segundos he localizado el Tesla blanco estacionado entre el resto de los coches y llevo desde entonces intentando distinguir quién es la persona que está hablando con Sawyer junto al vehículo. Bueno, en realidad, ya la he distinguido. Pero me niego a aceptar que es quien creo que es.

—¿Ese es Nate? —les pregunto a mis amigos, señalándoles la dirección en la que se encuentran.

Tiene su complexión, su pelo, su ropa y hasta escucho algo de su voz desde esta distancia, pero no puede ser él. No quiero que sea él.

—Tía, ¿estás ciega? —es la contestación de Lana—. Es Nate, está claro.

Nos queda como un minuto para llegar hasta ellos, pero acelero el paso incluso antes de que la chica haya terminado de responder.

Tanto ella como Dylan me siguen, aunque no entiendan muy bien qué es lo que está pasando.

Yo sí que lo entiendo. O, mejor dicho, más que entenderlo, lo presiento.

Y, pese a ello, cuando ocurre me impacta tanto que lo veo como a cámara lenta. Nate agarra a Sawyer con fuerza de la camisa, lo estampa contra el coche y le sisea algo con rabia a la cara antes de soltarle el primer puñetazo, directo a su mandíbula.

Nada de enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora