Capítulo 19

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Me despierto y alguien le está pegando martillazos a mi cráneo desde dentro. Este agudo dolor pulsátil y una gran pesadez en todo el cuerpo son las dos únicas cosas que puedo sentir mientras lucho por despegar los párpados.

Suelto un jadeo cuando, al conseguir abrir los ojos del todo, me doy cuenta de que me encuentro tendida boca arriba. Con mucho esfuerzo, logro ponerme de lado.

Y me entra el pánico.

Esta cama no es la mía.

Me arrastro por debajo de las sábanas hasta que alcanzo el borde del colchón y entonces no tengo más remedio que dejarme caer al suelo, porque las piernas todavía no me responden. El impacto contra el parquet me espabila un poco, pero no lo suficiente como para que no tenga que tomarme un momento antes de ser capaz de ponerme en pie.

Estoy descalza. Mi vestido ha desaparecido y, en su lugar, llevo unos pantalones largos de deporte que me quedan casi tan grandes como la otra prenda desconocida que visto: una enorme camiseta de manga corta. Me asomo por el cuello de esta y compruebo que mi sujetador sigue en su sitio.

¿Qué coño ha pasado aquí?

Le echo un vistazo a la cama de la que acabo de salir, sin poder evitar fruncir el ceño. En las ocasiones anteriores en las que me he despertado en casa ajena sin recordar nada de lo ocurrido la noche anterior, yo estaba desnuda y solía haber otra persona entre las sábanas revueltas. Pero estoy vestida y esa cama está vacía.

Mierda.

Empiezo a dar vueltas por la habitación, intentando hacer memoria, pero lo único que recuerdo es haber llegado al piso del colega de Tucker con Lana y Dylan y empezar a beber. Saludé a Kessler en algún momento. Dylan se fue, dejándonos solas a Lana y a mí y...

Sawyer. También vi a Sawyer.

Es más, estuve hablando con él. Estuve... Joder. Estuve a punto de... No. No puede ser.

Esto no puede estar pasando.

Dejo de pasearme sin sentido por el cuarto y abro la primera puerta con la que me cruzo, que resulta ser la de un armario. En su interior no hay más que camisas y pantalones de colores neutros.

Venga ya.

Cuando voy a examinar el escritorio ubicado bajo la ventana, descubro un montón de manuales de Derecho desperdigados por su superficie. En la estantería que se encuentra al lado de la mesa hay al menos media docena de trofeos de natación. Y la pista definitiva me la da un tablón de corcho colgado en la pared y en el que hay clavadas varias fotos de Sawyer con Harrison, Jessica y más gente que no conozco.

—Joder. Eres gilipollas, Megan —gruño, dándome un golpe en la cabeza a modo de reprimenda que solo hace que mi jaqueca empeore.

Pero es que soy una idiota. Me he acostado con el puto Sawyer Winston y no me acuerdo de nada.

No sé cuál de las dos cosas me fastidia más.

Mierda. ¿En serio no me acuerdo? ¿De verdad he cometido la tremenda estupidez de rebajarme a tener sexo con ese capullo que apenas soporta tocarme y no tengo ni un ligero recuerdo de cómo ha sido? Ya que me he sometido a semejante humillación, habría estado bien quedarse con algún detalle. Bueno, ¿a quién quiero engañar? Necesito todos los putos detalles. Y eso no está bien. Nada bien.

Todavía estoy debatiendo internamente cuando la puerta del dormitorio se abre de repente.

Sawyer aparece al otro lado, vestido como para salir pitando a la uni, pero sosteniendo un vaso de agua con una mano y una caja de pastillas con la otra.

Nada de enamorarseWhere stories live. Discover now