Capítulo 43

6.1K 304 89
                                    

Mi abuela y Clive se van a Maine hoy, el primer día de diciembre, justo una semana después de Acción de gracias.

Dylan nos lleva a los tres al aeropuerto para que pueda despedirme de ellos allí.

Hay abrazos y lágrimas, pero también alguna que otra sonrisa cuando mi abuela me obliga a prometerle que no cambiaré de idea respecto a ir a visitarles en Navidad y que, por supuesto, lo haré acompañada de Sawyer.

Mi mejor amigo me da una palmadita en la espalda cuando la pareja desaparece por la puerta de embarque y yo me quedo clavada en el sitio, intentando no romper a llorar otra vez.

—Anda, vamos. —Me pasa un brazo por los hombros—. Te invito a una cerveza, ¿te apetece?

Me sorbo los mocos, acercándome más a él y dejando que me guíe hasta la salida del edificio.

—Me apetece —acepto—. Pero te invito yo.

Por fin me lo puedo permitir. Y quiero agradecerle que haya accedido a conducir hasta Detroit cuando le he dicho que ni Lana ni Sawyer podían traernos, ya que ambos tenían un examen esta misma tarde. Con lo que Dylan odia coger el coche, significa mucho que haya hecho una excepción por mí.

En el bar, me niego a ser testigo de cómo, una vez más, Alan le hace ojitos sin ningún disimulo mientras él pide nuestras consumiciones, así que me voy directa a buscar una mesa y le espero aquí.

Me entretengo releyendo la conversación que he tenido con Sawyer esta mañana, en la que él se ha ofrecido a venir a dormir conmigo a casa esta noche para que no me sienta sola. Por supuesto, le he dicho que sí.

Todavía estoy sonriéndole como una idiota a la pantalla del teléfono cuando Dylan al fin se digna a tomar asiento frente a mí.

—¿Para qué han montado un escenario? —pregunta, dejando los dos botellines de cerveza sobre la mesa.

Me encojo de hombros.

—Al dueño le ha dado por la música en directo y Alan no ha sabido decirle que no.

Desde hace un par de semanas, los sábados vienen a tocar las bandas de rock y metal más cutres de la ciudad, en sustitución de hacer sonar a todo volumen la lista de reproducción de siempre.

Dylan asiente.

—Tú tampoco supiste decirle que no a Lana cuando te pidió que me engañaras, ¿eh?

Lo espeta con un tono que no sé si es de reproche o de diversión, aunque, por cómo se ha echado hacia atrás en la silla, parece más despreocupado que enfadado.

He estado tan ocupada pensando en otras cosas (bueno, en Sawyer, más que nada), que casi se me había olvidado que Lana se encontró con él ayer en la cafetería gracias a que yo le mentí.

—Lo hice para ayudaros a reconciliaros —me defiendo—. No me digas que seguís cabreados.

Dylan clava sus ojos oscuros en los míos con un deje molesto que me hace creer que va a escupirme que no es asunto mío, pero logra morderse la lengua justo a tiempo.

—Es complicado —masculla.

—Lo sé. Si ayudé a Lana es porque quiero que hagáis las paces, pero, como no tengo ni idea de qué es lo que os ha pasado, no sé si meto la pata o no cuando tomo partido por alguno de los dos, ¿sabes?

—¿No te lo ha contado ella?

—Qué va —contesto, dándole un trago a mi cerveza.

—Ya. Supongo que le dará vergüenza.

Nada de enamorarseTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang