Capítulo 33

6.4K 349 167
                                    

Pensaba que, como han pasado tantísimos años desde la última vez que puse un pie aquí, la residencia de los Winston ahora me parecería mucho más pequeña de lo que recordaba, por eso de que los lugares encogen a medida que te haces mayor y tal. Pero no, qué va. La casa sigue siendo enorme.

Aunque, eso sí, la glorieta de la entrada no me impresiona tanto como solía hacerlo cuando era niña. No es más que un derroche de dinero para demostrar... ¿Qué? ¿Que son la familia más rica del pueblo? Eso ya lo sabe todo el mundo, sin necesidad de tener que darle un par de vueltas a esta rotonda con una fuente en el centro que lleva hasta el garaje de cuatro plazas.

Sawyer no mete el Audi de su hermana en la cochera, sino que lo deja en la entrada. Aparca con solo un par de fluidos movimientos y de forma tan suave que no me entero de que ha terminado de estacionar hasta que tira del freno de mano y Nadine y Bianca bajan del vehículo.

Me tomo mi tiempo para hacer lo mismo, dejando que las chicas me adelanten a pesar de ir cargadas con la tarta. Sawyer se queda a mi lado y camina a mi ritmo, más lento que el que llevan ellas.

Sé que vamos a tardar menos de un minuto en entrar, pero, aunque solo me dé tiempo a darle un par de caladas, necesito un cigarrillo de todas formas.

—¿Estás bien? —me pregunta Sawyer.

Me trago una bocanada de humo y me quito el cigarro de la boca, asintiendo. Estoy mucho más tranquila y ahora solo tengo frío y un poco de hambre. Estoy a punto de apagar el cigarrillo y guardarlo de nuevo en la cajetilla (porque no pienso tirarlo si solo está a medio fumar), pero se me ocurre otra idea.

—¿Quieres?

Sawyer enarca una ceja, pero no parece confuso en absoluto. Creo que entiende que es mi extraña manera de darle las gracias por lo que ha hecho, sustituyendo a Bianca al volante para que me calmase, y acepta el cigarro sin vacilar, colocándoselo entre los dientes. Me quedo una milésima de segundo más de lo necesario observando cómo sus labios se fruncen alrededor del filtro, mojado con mi propia saliva, sin poder evitar que el momento en el que me ha ayudado con la cremallera del vestido se repita en mi cabeza. Mierda.

No debería pensar en eso ahora. Bueno, ni ahora ni nunca.

—Sobre mi padre... —empieza a decir, devolviéndome a la realidad—. Va a decir un montón de burradas. Haz como con mi hermana y Bianca, síguele el juego y...

—Lo sé —le corto, aburrida—. Ya me lo has dicho como mil veces.

—Ya.

Sujeta el cigarrillo con los dedos un poco temblorosos para apagarlo en una de las macetas que hay colocadas en el pasamanos de las escaleras de mármol por las que estamos subiendo y, en cuanto baja la mano, se la tomo sin dudarlo.

—No te pongas nervioso, Romeo —murmuro—. Si la cago solo tienes que darme una patada por debajo de la mesa. O clavarme un tenedor en la pierna. Seguro que disfrutas pensando en formas creativas de decirme que estoy metiendo la pata sin que nadie más se entere.

En lugar de responder a mi intento de broma, esboza una sonrisa cansada que no me gusta ni un pelo, pero no puedo añadir nada más porque acabamos de alcanzar a Nadine y a Bianca, que se encuentran frente a la puerta. La hermana de Sawyer le cede todo el peso de la caja que contiene en pastel para poder llamar al timbre.

Apenas puedo ocultar mi sorpresa al ver que quien nos abre no es un mayordomo ni nada por el estilo, sino el mismísimo señor Winston.

Casi da miedo lo mucho que se parece a Sawyer. O, mejor dicho, lo mucho que Sawyer se parece a él. Tienen la misma altura vertiginosa, la misma anchura en los hombros y el cabello del mismo tono de rubio que también comparten con Nadine. La única diferencia es que el pelo del señor Winston empieza a tener reflejos plateados y sus ojos azules están rodeados de arrugas.

Nada de enamorarseWhere stories live. Discover now