Capítulo 11

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—¿Se puede saber de qué vas?

El susto que me pega hace que me lleve una mano al corazón y que me dé la vuelta de forma instintiva, solo para encontrarme a Sawyer de pie en mitad del servicio de mujeres de esta mierda de restaurante cinco estrellas.

—No puedes entrar aquí —le gruño, todavía intentando que mi cuerpo se recupere del sobresalto.

—Hace más de quince minutos que te fuiste —me espeta—. Empiezan a pensar que te has fugado.

Y ganas de hacer eso mismo no me han faltado, la verdad.

—No pienso volver —sentencio—. Pensaba que íbamos a mentir, no a contarles medias verdades.

Sawyer levanta una ceja muy despacio, antes de soltar una risita sardónica.

—No soy actor, Megan. Mentir es más fácil cuando te basas en la verdad. Y la verdad es que, por desgracia, tenemos un pasado en común. ¿Por qué no aprovecharlo para para hacer todo esto más creíble?

No contesto enseguida. En su lugar, lo miro de hito en hito. Su pelo rubio ya no está peinado con pulcritud hacia atrás, porque, pese a sus intentos de devolverlos a su sitio, algunos mechones le caen sin orden ni concierto sobre la frente. Además, se ha quitado la chaqueta y tiene la camisa arremangada y así se parece mucho más al Sawyer que me encuentro de vez en cuando por el campus que al muñequito del novio que se pone en lo alto de las tartas nupciales.

Antes, cuando ha empezado a hablar de cuando éramos niños, de cuando éramos amigos, y para mí incluso existía la ingenua y estúpida posibilidad de que fuéramos algo más, cuando mis padres todavía estaban vivos... Joder, casi he dejado de respirar.

—Ni siquiera sabía que... Pensaba que no te acordabas de todo eso —digo, a lo que él frunce el ceño—. De lo del beso y todo lo demás —aclaro.

—¿Cómo no me iba a acordar? —se ríe, pero, al ver que yo me cruzo de brazos, se pone serio—. Fue mi primer beso, Megan. Y lo estropeaste. Casi me rompes un diente y luego me mordiste.

—¿Qué? Yo no... —me interrumpo a mí misma antes de continuar.

Yo no lo recuerdo así. Vale, nos chocaron un poco los dientes al principio y después le di un sutil mordisco a su labio inferior, pero ya está. Por lo demás, para mí fue un primer beso perfecto. Tanto, que... Joder, jamás lo admitiré en voz alta, pero fue tan perfecto que, por mucho que lo he intentado, me ha sido imposible olvidarlo. Recuerdo con total nitidez lo blanda y suave que tenía la boca, sus manos acunándome el rostro, esa extraña calidez que me atravesó el estómago y se me extendió por todo el cuerpo. Tenía trece años y nunca había sentido nada tan intenso.

—Venga, deja de flipar y vámonos —me bufa Sawyer, chasqueando los dedos delante de mi cara para devolverme a la realidad.

Para él fue un beso de mierda.

Pues muy bien.

Me da igual.

De todas formas, poco tiempo después, cuando mis padres murieron, me dio de lado y empezó a hacer como si yo no existiera.

Así que ahora me la suda muchísimo que el muy capullo piense que beso mal.

—Que te den —le ladro—. Me voy a mi casa.

Echo a andar hacia la puerta, pero me agarra del brazo al pasar por su lado, obligándome a detenerme.

Le miro a los ojos, desafiante. Estoy más que preparada para que me diga que no puedo irme a ninguna parte, que tengo que quedarme hasta el final de la cena porque, de lo contrario, el absurdo trato que hemos hecho quedará revocado y yo tendré que... ¿Devolverle el dinero? Le veo muy capaz de exigirme algo parecido.

Pero no son esas las palabras que salen de sus labios.

—Te llevo yo. Quédate aquí mientras voy a por mi chaqueta. Les diré que no te encuentras bien.

Hago que me suelte sacudiendo el brazo con brusquedad.

—Puedo irme yo solita. Sé andar, ¿sabes?

—¿En serio prefieres atravesar la ciudad sola en mitad de la noche antes que dejar que te lleve?

—Tomaré un taxi.

—Te va a costar un dineral.

—Gracias a ti tengo dinero de sobra para pagarlo.

Suelta un bufido exasperado.

—Mira, que no —zanja y, al ver que yo abro la boca para replicar, sigue hablando—. No te me pongas terca. Te llevo yo y se acabó.

Termino por ceder, pero me paso todo el viaje de vuelta en coche insultándolo mentalmente y sintiéndome una estúpida por no haber insistido más en que podía regresar por mi cuenta.

No nos decimos ni una sola palabra ni tampoco nos despedimos cuando me bajo del Tesla.

Recorro un par de metros hasta la entrada de mi edificio y solo cuando he cruzado la puerta me permito proferir un gruñido de... Qué sé yo. Frustración, ira, indignación, vergüenza.

Joder. Cómo le odio.

Nada de enamorarseWhere stories live. Discover now