Capítulo 28

6.7K 341 67
                                    

Cuando me desperté, Sawyer ya se había ido. Mi abuela me dijo que se marchó cuando llegó ella.

No lo he visto en los tres días que ha durado mi convalecencia, aunque cada mañana me he levantado con un mensaje suyo preguntándome qué tal estaba. Yo le contestaba con algún gif de animalitos graciosos (casi siempre gatos) para comunicarle mis nada variados estados de ánimo: resignación, enfado, impaciencia. Sawyer me respondía con más gifs y stickers y yo le seguía el juego hasta que me descubría sonriendo tanto que me dolía la cara. Entonces me reprendía a mí misma por estar comportándome como una estúpida, le dejaba en visto, cerraba el WhatsApp e intentaba no pensar en él.

Pero, de una forma u otra, por mucho que intentase entretenerme viendo un capítulo de Friends tras otro y, ahora que me encuentro mejor, tratar de repasar para los dos exámenes que me esperan cuando vuelva a la uni, el maldito Sawyer Winston siempre acaba irrumpiendo en mi mente.

No puedo quitarme de la cabeza las imágenes de su pelo rubio revuelto y de sus cejas alzadas por encima de esas carísimas gafas de sol que lleva siempre. Por no hablar de esa sonrisa absurda que esboza en los momentos más inesperados, siempre pillándome desprevenida. Y me avergüenza reconocer que he revivido en mi imaginación una y otra vez todas las veces que he estado lo suficientemente cerca de esos labios tan bonitos como para poder besarlos si hubiera querido: aquella tarde en la piscina, la noche de Halloween, la vez que le curé en mi baño... Y, por supuesto, el otro día en mi cama. Sí, acordarme de que dormí abrazada a él me vuelve loca.

Todo esto me está volviendo loca, en realidad.

Pero no soy estúpida.

Porque, vale, ni yo ni nadie puede negar que Sawyer está buenísimo y sí, también es cierto que últimamente se ha portado muy bien conmigo, pero ya está. No hay nada más.

No me gusta. Nunca me ha gustado.

Lo que me pasa es que estoy empezando a verlo de nuevo como el amigo de la infancia que perdí hace tantos años. Claro. Tiene que ser eso.

La risa de Lana invade la línea telefónica durante casi un minuto entero cuando se lo cuento.

—No intentes engañarte a ti misma, sabes que no se trata de eso —me dice, más seria, cuando por fin es capaz de dejar de reír—. Es que te estás enamorando perdidamente de él.

Suelto un bufido, tirada boca abajo en la cama como estoy.

—Por favor, Lana, que ya no tengo trece años.

—Ah, o sea, que admites que cuando tenias trece años sí que te molaba.

—Claro que no —me apresuro a reponer.

Me apuesto lo que sea a que ella acaba de enarcar una ceja, señal inequívoca de que no se cree ni una sola palabra.

—Venga, Meg, haz el favor de afrontar esto como una mujer adulta y admite que te mueres por meterle la lengua hasta la garganta. Y de que él te meta lo que no es la lengua por...

—Vale, vale, vale —salto, escandalizada—. No hace falta que seas tan bruta. Admito que... No me importaría acostarme con él.

Escucho a Lana aplaudir como una idiota.

—¡Muy bien! Ya tienes hecha la mitad del camino

—¿La mitad del camino? —repito, incrédula—. Aquí no hay ningún camino hacia ninguna parte.

—Oh, por supuesto que lo hay. Y lleva directo a una apasionada historia de amor con ese rubio buenorro —replica—. Ya sabes que te atrae físicamente, esa es la primera mitad. Ahora debes seguir caminando por la senda del amor y ser sincera contigo misma, permitirte sentir lo que sientes por él.

Madre mía, esto suena a que ha vuelto a engancharse a una de esas telenovelas coreanas tan melodramáticas sobre parejas que tienen que luchar contra viento y marea para conseguir estar juntas.

—No siento nada por él —le aseguro—. Nada de nada. Solo el mismo odio de siempre.

—Venga ya, Meg —insiste ella—. Te estás pillando, y lo sabes.

Joder. Puede que... Dios. ¿Me estoy enamorando de ese imbécil?

—Da igual —zanjo, sacudiendo la cabeza—. De todas formas, él jamás saldría conmigo de verdad.

—No seguirás pensando que te odia, ¿no?

Me muerdo el labio inferior, tomándome unos segundos para contestar a pesar de que tengo más que clara la respuesta.

—No —digo al final—. Pero a lo máximo a lo que puedo aspirar es a ser su amiga, como lo era antes. Y eso está bien, ¿verdad?

De niños, nos fue bien siendo amigos. Puedo aceptar no tener con él nada más que una amistad, si eso es todo lo que puede ofrecerme.

Lana suspira. Parece que de repente se le han quitado las ganas de hacerme de Celestina.

—Está bien, sí —me da la razón—. Aunque es complicado. Si tú estás enamorada de él y él no te corresponde... Es jodido mantener una amistad así. Tienes que estar dispuesta a tragarte tus verdaderos sentimientos, con el sufrimiento que ello conlleva. ¿Cómo estás tan segura de que tú no le gustas?

—Yo qué sé —le espeto—. Ni siquiera estoy segura de que a mí me guste él. A lo mejor solo estoy confundida porque, bueno, me está tratando genial. Pero puede que sea porque se está tomando demasiado en serio esto de fingir que somos novios. En cuanto esto se acabe, volverá a ser el capullo de siempre.

—Es una posibilidad —concuerda Lana—. La verdad es que yo no entiendo nada de este tío. Bueno, ni de este ni de ninguno. Cada vez me dan más pereza.

Me rio.

—¿Te han dado calabazas últimamente o qué? —inquiero.

—Qué va. Es que paso de perder el tiempo intentando descifrar cómo funcionan sus mentes.

Frunzo el ceño. No es típico de Lana hablar así del sexo opuesto. Por lo general, no suele tener ninguna queja al respecto ni le da muchas vueltas a los asuntos relacionados con chicos.

Eso es lo que debería hacer yo con Sawyer y con lo que quiera que sean estos sentimientos que está despertando en mí. Estamos bien como estamos, con esta extraña amistad que ha surgido entre nosotros. No merece la pena estropearlo con estas historias que me estoy montando en la cabeza.

A fin de cuentas, en cuanto acabe el curso terminaremos con la farsa de salir juntos y puede que ni siquiera volvamos a vernos. Nuestras interacciones se limitarán a pasarnos memes por Instagram como hago con mis amigos del insti que, ya más que ser amigos, son conocidos.

—Tía, Meg, ¿sigues ahí?

Doy un respingo y casi se me cae el móvil al suelo, pero asiento. Al instante me doy cuenta de que no puede verme.

—Sí, sí. ¿Qué pasa?

—Te estaba diciendo que pasado mañana me voy a Memphis.

Me cuesta unos segundos entender que habla de Acción de gracias. Mientras que Dylan pasa olímpicamente de la festividad y se queda todos los años en Michigan, Lana siempre regresa a su ciudad natal para celebrarla con su familia.

En mi caso, solemos ser solo mi abuela y yo. Pero este año mi abuela tiene a Clive.

Y yo me he comprometido a ir a Dexterville con Sawyer.

Nada de enamorarseOn viuen les histories. Descobreix ara