Capítulo 35

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Nadine no ha parado de echarnos vistazos curiosos a Sawyer y a mí a través del espejo retrovisor desde que nos hemos metido en el coche con ella y con Bianca. Lo hace una vez más y no puedo evitar removerme en mi sitio, incómoda.

Ninguno de los cuatro ha dicho nada desde que el chico y yo hemos subido al Audi y nadie se atreve a romper el tenso silencio, convirtiendo los diez minutos de trayecto en lo que a mí me parecen diez siglos.

Al menos, Nadine conduce mejor que su novia. Bastante mejor, la verdad. Se le da casi tan bien como a su hermano.

Bianca, por su parte, tiene pinta de estar enfadada. Estoy a punto de preguntar qué ha pasado con el señor Winston cuando Sawyer y yo nos hemos ido y ellas se han quedado, pero enseguida se me quitan las ganas de hacerlo.

De hecho, estoy planteándome seriamente no voy a volver a abrir la boca delante de ninguno de los miembros de esta familia en lo que me queda de vida, no vaya a ser que consiga volver a pelearme con el señor Winston o ponerme en ridículo ante Sawyer otra vez.

Pero no se me ocurre ninguna forma de librarme de interactuar con Nadine cuando, nada más llegar a su casa y franquear la puerta, me suelta un «tengo que hablar contigo» y prácticamente me arrastra hasta la cocina.

Nos encierra en la estancia y me cruzo de brazos, mirándola como no he tenido el valor de mirar a Sawyer desde que ella misma nos ha recogido en la calle: clavo mis ojos en los suyos, desafiante.

Si lo que pretende es iniciar una discusión por lo que ha pasado con su padre durante esa cena desastrosa, o si lo que ocurre es que sospecha que su hermano y yo estamos fingiendo, estoy más que lista para defenderme o negarlo todo, según sea el caso.

Aunque resulta que no se trata de nada de eso.

—Aquella vez no te lo tuve en cuenta porque, al fin y al cabo, no erais más que unos críos. Pero, si vuelves a romperle el corazón a Sawyer, voy a hacer de tu vida un infierno, Dabney.

—¿Qué? —es lo único que la sorpresa me permite contestar.

Sorpresa porque estas palabras no eran, ni de lejos, las que esperaba que pronunciase. Pero también me extraña su marcado tono amenazante, casi rabioso, feroz.

—No me malinterpretes, no tengo nada en tu contra —continúa—. Pero quiero que te quede claro que, si le haces daño a mi hermano, habrá consecuencias para ti. Consecuencias desagradables.

—Nunca le haría daño —replico.

Y, conforme lo digo, me doy cuenta de que es verdad.

Después de haber sido testigo de su sufrimiento, después de lo que ha provocado en mí verle así de roto... No quiero ni imaginarme un escenario en el que sea yo quien le cause un dolor parecido. Jamás me lo perdonaría a mí misma.

Es más, es que, ahora mismo, mi intención es justo la contraria. Lo que siento es un deseo irracional de protegerlo a toda costa que no tengo ni la más remota idea de a qué se debe.

No sé qué ve Nadine en mí, pero asiente y casi suspira de alivio. Se apoya en la encimera y de repente me da la impresión de que está muy cansada. Todavía no me acostumbro ni a lo corto que tiene el pelo ni a que no lleve ni una pizca de maquillaje.

—Que se haya enfrentado a mi padre así... —Sacude la cabeza, contrariada—. Hacía muchísimo tiempo que no le plantaba cara, ¿sabes? Y creo que nunca lo había visto tan enfadado.

—Yo...

—Se merece ser feliz —sigue hablando, cortándome—. Después de todo lo que ha tenido que aguantar por parte de mis padres y por la mía... Sé que a veces es un idiota, pero se lo merece. Se merece tener a su lado a alguien que le quiera tanto como él es capaz de querer, alguien que le llene ese corazón tan grande que tiene.

Nada de enamorarseWhere stories live. Discover now