La invasión de las amas de casa

318 2 2
                                    

Podría haber sido un sueño, hubiera parecido una pesadilla, de no ser porque al despertar seguía viendo a aquella señora vestida con una bata de franelilla, con rulos en el pelo y ese cruce de brazos en el pecho, a lo Belén Esteban, tan típico de un ama de casa o de una madre cuando van a echarte un rapapolvo o a darte una bronca el día que hiciste novillos. 

–¿Quién es usted y que hace en mi habitación? 

–Me llamo Josefa, pero puedes llamarme señora Pepa– me dijo intensificando su gesto amenazador –Y estoy aquí para que me digas si ¿esta es forma de tener una habitación? O si ¿Te parece bonito que haya que ir detrás de ti recogiendo todo lo que dejas por ahí tirado como si tuvieras tres años? 

No supe que decir y superado por aquella alucinante visión contesté de mala gana. 

–No. 

–Pues levántate– Me ordenó bruscamente como un sargento de infantería –Y recoge bien tu cuarto y luego haces la cama como Dios manda. 

¡Toma, como Dios manda! que no sabía yo que en el Cielo había que hacer la cama. Me sentí incómodo con aquella mujer que insistía en mirarme con dureza y que no parecía dispuesta a salir de mi dormitorio para que pudiera vestirme. Me coloqué la sábana delante y me la quedé mirando con cara de cordero degollado ­—que vete tú a saber que cara ponen— suplicado que no me mirase más. De pronto me soltó. 

–¡Ya ves el susto! ¡Como si no te hubiera visto nunca desnudo cuando eras pequeño! 

–¿Quién es usted y qué ha hecho con mi madre?– Me atreví a preguntar. 

Se dio media vuelta sin contestar y salió del cuarto mientras me decía. 

–Y no tardes en bajar que te voy a preparar el desayuno. 

No salía de mi asombro. Me parecía que aún no me había despertado ¿cómo me podía estar ocurriendo aquello? Porque porros hacía ya tiempo que no me fumaba ninguno. Decidí llamar a Rafa, necesitaba contárselo a alguien y a quién mejor que a mi colega. Rafa siempre ha compartido mis alucinaciones. 

–¿Rafa…? 

–Sí– una voz casi imperceptible me contestó. 

–Pero ¿qué te pasa? Apenas te puedo oír. 

–Calla, y habla más bajo, no te vaya a escuchar. 

–Pero ¿quién? 

–Una señora que ha aparecido en mi casa esta mañana. 

No sé por qué, pero se me ocurrió preguntarle. 

–¿Lleva rulos? 

–Sí, pero calla, no puedo seguir hablando, esa tía me ha gritado desde la cocina que baje a desayunar. 

¡La leche! ¡Nos estaba pasando a los dos lo mismo! 

–Siéntate y tomate el cola-cao– me dijo en cuanto me vio entrar, mientras fregaba unos platos. Me senté. 

–Pero… ya hace tiempo que no tomo cola-cao para desayunar. 

–Pues ¡mira qué bien! Anda tomate el desayuno que tienes que ir al instituto. 

–No pienso tomarme nada, ni pienso ir a ninguna parte si no me dice ahora mismo qué ha pasado aquí y qué ha hecho con mi madre. 

Me miró poniendo cara de misterio —esa expresión que tiene Iker Jiménez cuando atiende alguna explicación de sus colaboradores— y comenzó. 

–Verás, somos millones y todas iguales a mí. Cuando vimos desde nuestro planeta, que, por cierto, se llama Maru-JO, que vuestras madres perdían su natural forma de actuar con vosotros, dando lugar a la falta de educación en los jóvenes y al peligro de que la sociedad humana se convirtiera en algo impersonal y sin carácter, decidimos invadir vuestro planeta suplantando a todas las madres del mundo. Para ello adoptamos la personalidad de las madres de los años 40, 50 y 60 que siempre nos han parecido madres muy competentes. Espero que te haya quedado claro y que entiendas lo que ha sucedido. 

Enarcó las cejas, se quitó el delantal y se dirigió de nuevo a mí. 

–Ahora ¿Has recogido tu cuarto? ¿Has hecho bien la cama? 

Yo solo asentía con la cabeza sin poder reaccionar.

–Bien, pues ahora tómate el cola-cao que se te hace tarde.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: May 25, 2013 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

RELATOSWhere stories live. Discover now