Nana, nanita, nana

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Se llamaba Nana, pero a pesar de su nombre, no era una canción de cuna, monótona para hacerte dormir, todo lo contrario. Era alegre, vivaracha y despierta. Había que estar despierto y bien despierto para disfrutar de su gran vitalidad. Era inteligente, sin duda… y como dice mucha gente sólo le faltaba hablar. Aunque creo que nos hablaba sin palabras, se comunicaba por gestos, con movimientos y expresiones. A veces, parecía que quería decirnos algo, al menos te miraba con mucha atención moviendo la cabeza de un lado al otro tratando de comprender. Había palabras que si entendía muy bien: agua, comer, calle y sobre todo pelota, su palabra favorita. Su juguete más querido, por medio del cual se comunicaba con su familia humana, con su extraña manada de miembros sin pelo que caminaban a dos patas, la única familia que conoció. Al igual que pasa con las personas, duele más la pérdida de un joven lleno de esperanza y con mucha vida por delante. Ella, nuestra perra Nana era muy joven todavía. Era una formidable pastor alemán, guapa, grande, noble y cariñosa. Pero que os voy a contar, así ve todo el mundo a sus hijos… ¡pasión de padres! Pero si la hubierais conocido pensaríais lo mismo. Un día, ya anocheciendo, se puso mala, muy mala. Dijo la veterinaria que se le retorció el estómago. De esto hace pocos días, muy pocos y la recordamos todos y cada uno de ellos con cariño y dolor. Ya se pasará este dolor, el tiempo lo cura todo. Yo hoy escribo esto para sacar de mi corazón la amargura de su pérdida esperando que la vida nos sonría de nuevo en su recuerdo. Mientras tanto le canto esta canción de cuna para que duerma tranquila en el cielo de los perros, de los buenos perros a los que solo les falta hablar: Nana, nanita… nana.

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