Alucine

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(Historia contada con títulos de películas)

El hombre del traje gris, solo ante el peligro, mientras la ciudad duerme, se toma un desayuno con diamantes, esperando a los violentos de Kelly. Un hombre y una mujer, a través de la ventana, observaban a uno bailando bajo la lluvia. Desde Rusia con amor, recibieron el golpe. 

Sólo se vive una vez, y ellos junto con el cerebro del escuadrón de la muerte, compraron al hombre de un millón de dólares. 

El millonario y su fiel amigo, que eran dos truhanes, cometieron el robo del siglo; Borsalino, era el hombre que sabía demasiado y Patton, el hombre que nunca existió. ¡Vaya par de gemelos! 

–¿Qué tal Pussicat?– le dijo, y el otro le contó todo lo que siempre quiso saber acerca del sexo, pero que nunca se atrevió a preguntar. Él era como Shakespeare enamorado de Eva al desnudo y entre estos Romeo y Julieta hubo un lovestory, pero ahora ella era la espía que me amó. 

Él era el agente secreto y la clave del éxito era el tulipán negro, los dos reconocían la huella. 

Los diez negritos tenían que entregar el premio, que significaba estar con la muerte en los talones, y el candidato era Bullit. 

El hombre del maletín era Conan el bárbaro, se acercó y mencionó la contraseña: Farenheit 451. Y desde la terraza, alguien voló sobre el nido del cuco; era el hombre que mató a Liberty Valance, por un puñado de dólares. Tomó el contenido y preguntó: –¿Quién mató a Harry Kelerman?– El otro respondió: –El rey y yo, a sangre fría– Luego le ordenó: –Tú a Boston y yo a California, en el expreso de medianoche, el último tren de Gun Hill, o bien en el tren de las 4,30– 

Así fue el regreso, pues aquellos doce hombres sin piedad, protagonizaron la matanza de Texas. 

Ahora él era el fugitivo y debía emprender la huida como un maratón man a través de el puente sobre el río Kwai. Se dirigió al aeropuerto internacional y allí comenzó un viaje alucinante. 

Preguntó a la mujer de rojo, que estaba detrás de unas candilejas, por el camino de Santa Fé, pero pensó mejor irse camino de Oregón. El gendarme, en la puerta de cristal oscuro, le preguntó curiosamente si era un americano en París, a lo que él le respondió: –Sissi– La muerte tenía un precio y él debía partir frenético, como un corredor sin retorno. Meditó en sus interiores: La ciudad no es para mí. Y dejando a el detective desapareció de allí como el hombre invisible. 

El día después fue al Casino Royal donde debería encontrarse con Branigan el súper poderoso, en la noche de los generales le telefoneó desde un cabaret y varios días estuvo buscando a Susan desesperadamente. Cuando llamó, ya había estado las últimas tardes con Teresa en la taberna del irlandés. Tomó el teléfono rojo: –¿Volamos hacia Moscú?– una voz como el color púrpura le preguntó. Y así supo que había comenzado la gran evasión. 

Al entrar el hombre de hierro se le acercó y le aconsejó preocupado: Toma el dinero y corre. Giró sobre sí mismo y vio a su amiga mortal. Conmovido exclamó: Rachel, Rachel, y le dio el beso de la mujer araña que le causó algo así como el efecto mariposa.

El rebelde orgulloso (como ella le llamaba, aunque otras le llamaban Trinidad) le informó preocupado: –Klute, sabe que estás sola– Ella asintió y dijo: –La fuerza del cariño nos mantendrá, tú eres un hombre tranquilo y ya antes has sido perseguido– El repuso: –Harry el sucio es un fantasma, un ghost y en la gran carrera me siguió casi 20.000 leguas de viaje submarino. 

–Somos dos hombres y un destino. Yo sé cuál es la misión, aunque también sé que es una misión imposible. Le dejaré que pique el cebo, y caerá en la trampa 22, y así no se cumplirá la profecía. Será un duelo de titanes, un duelo al sol, un desafío total. Vengaré a Sacco y Vanccetti– 

RELATOSWhere stories live. Discover now