Noche de luna

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Varios amigos nos encontramos después de clase. Era la última clase del día y hacía rato que había anochecido. La profesora de Tecnología se había lucido, su explicación sobre el uso del coltán en los móviles ha sido una de las cosas más aburridas que me han tocado soportar en esta vida. Hasta tal punto que me dormí. Algunos de los amigos, varias chicas entre ellos, discutían acerca de la cantidad de personas que están dispuestas a matar y a morir por ese mineral tan escaso como peculiar. María era una de las que discutían con más vehemencia. Hay que ver lo que me gusta esa chica. Creo que yo también le gusto. Me maravilla ese gesto que hace con los labios cuando va a decir algo importante.

La discusión fue derivando poco a poco hacia otro tema que nada tenía que ver con ese mineral. Como suele suceder en muchas conversaciones de jóvenes, sin saber porqué, acabas hablando de sexo y relaciones de pareja, y acordándonos de la saga crepúsculo, esa de vampiros, algunas de las chicas comentaron que les encantaría enamorarse de un vampiro.

—¡Qué chorrada, enamorarse de un vampiro! Los vampiros son una tontería para asustar a las niñas pequeñas como vosotras— Solté ese exabrupto sin poder remediarlo o quizás es que  quise llamar la atención de María. En serio que me gusta esta mujer. Sus ojos hipnóticos.

—Y tú María, seguro que si vieras a un vampiro de esos salías corriendo—Esta vez no creo que quedaran dudas de a quién me dirigí.

—Sí que existen y se puede saber si eres un vampiro por tres cosas— como siempre tuvo que soltar la parida el memo de Juan.

Todos estaban muy atentos esperando la explicación de Juan. Y él lo sabía. Siempre necesita su público para lucir sus estupideces.

—No soportan los crucifijos, ni el ajo, ni la luz del día—

—Vaya memez, entonces, según eso, yo soy uno de ellos— le dije con ironía —No soporto el ajo, soy ateo de remate y siempre salgo de noche. Y seguro que la mayoría de vosotros también lo sois. Jajajajaja—

Muchos se pusieron a reír. No era para menos.

—Bueno va siendo hora de volver a casa— Dijo uno de los chicos.

—María ¿quieres que te acompañe a tu casa?—

Me dijo si con un gesto de su cabeza.

—¡Hasta mañana chicos!— Nos despedimos.

Nos adentramos en el bosquecillo que separa el instituto de nuestro barrio. Me dio la sensación de que ella sentía miedo. La tomé de la mano, la tenía helada. Bajo la luz de la Luna era aún más bonita y resultaba muy elegante la palidez de su piel. Me recordaba a una figura de porcelana, tan esbelta, tan fina y tan… ¿fría?

Se abalanzó sobre mí, me inmovilizó y me mordió en el cuello con furor. No recuerdo que pasó después pero, desde aquella noche, soy su amante más gélido y su esclavo más ferviente.

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