El groumet

1.2K 4 3
                                    

Una de las cosas de esta vida a la que no me puedo resistir es a un buen pedazo de carne. Un filete o un entrecot tierno, quizás con patatas, pero si no tiene patatas me da igual, lo que no perdono es el bistec. Y no es que me guste toda la carne, solo aquellas partes más blandas y deliciosas. A pesar de que soy y me reconozco eminentemente carnívoro, no me gusta nada la casquería: hígado, corazón, pulmones, riñones y demás órganos internos me dan asco desde niño y no digamos los sesos: ¡vomitivos! De la cabeza no me gusta nada, ni la carrillada, ni la lengua —a saber donde la han metido— y lo que me da un tanto de aprensión son los ojos que parece que te miran, uf, quita, quita. A lo largo de tantos años degustando la carne preparada de mil maneras, he llegado a ser —y lo digo modestamente— un auténtico entendido en la materia. Puedo distinguir entre más de cincuenta clases de carne y de qué parte son. Me suele gustar la magra pero algunas están deliciosas con ese poquito de grasa que se derrite en la boca ¡ummm! Soy una de esas pocas personas que corto y preparo yo mismo los trozos de carne como a mí me gusta y no dejo que ningún carnicero toque mi carne. Es un arte saber separar la carne del hueso. Aparte de que no creo que haya en el mundo ninguno que pudiera preparar ningún tipo de corte con la carne que a mí me gusta comer y que yo mismo cazo.

Hoy me apetece probar una carne aun más tierna y en el congelador no me queda ningún trozo así, de manera que no tengo otro remedio que salir a cazar de nuevo. Eso de cazar es lo más divertido de todo esto. ¡Es apasionante! Aunque a decir verdad, también es peligroso. Pero a pesar de ello me gusta la caza. Posiblemente, este gusto por comer lo que uno caza, me lo inculcó mi padre cuando yo era muy pequeño. Me hacía levantar de madrugada y me cargaba con una mochila a la espalda en donde él guardaba sus enormes cuchillos para quitar la piel y despiezar a la presa. Luego la preparaba para comer. Desde el principio le tomé el gusto a la carne y ya era yo quien, todos los días, despertaba a mi padre de madrugada para ir a cazar.

–Niño, vete a la cama que hoy no salimos­– Me gruñía enfadado.

No pasó mucho tiempo hasta que harto de esperar, decidí por mi cuenta salir yo solo. Tendría unos trece años cuando maté mi primera pieza.

Desde entonces he salido de caza muchas veces. No sé si es por las ganas de comer esa carne o por el deseo de matar, pero salgo muy a menudo y da igual si es por una cosa o por la otra. Esta noche saldré a cazar una pieza joven, lo más joven y tierna que encuentre. Como me enseñó mi padre, acecharé a la presa, esta vez en la salida de la discoteca. De allí salen muchas chicas jovencitas que van solas, incluso habrá alguna que saldrá algo mareada por la bebida. Esa será mi cena de mañana. Sí, de mañana, cuando se le haya pasado el gusto a alcohol. Soy abstemio ¿saben? Y no pruebo una gota de alcohol.

RELATOSWhere stories live. Discover now