La cajera

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Últimamente visito con demasiada asiduidad a mi psicólogo. Se llama Raúl Pomares Lavilla y aunque no viene al caso decir su nombre no he podido evitarlo ya que uno de los trastornos que al perecer se me han diagnosticado es egocentrismo, por lo tanto yo creo que es tan importante mi psicólogo que tengo que decir su nombre incluido su segundo apellido para poner de relevancia que no voy al primero que encuentro. Lo cierto es que tengo el mejor terapeuta. En la cita de ayer le conté un caso que me sucedió en un supermercado y que me pareció bastante grave. Tan agobiado estoy con las nuevas normas y leyes a las que nos someten los gobernantes que tengo los nervios a flor de piel y cualquier cosa me puede producir un brote de cólera y no me refiero a la enfermedad sino a la ira.

Y es que cada vez me siento más agobiado por los cambios en las leyes, en los precios del tabaco, de la luz, de la gasolina, en los sueldos, en las normas municipales, en la prohibición de fumar en todos los bares, en el clima y en la cara de las actrices y famosas. Y eso me desquicia. Estaba durante tanto tiempo tan acostumbrado a que nada cambiase, al menos no con tanta rapidez, que un pequeño cambio podía alterarme de forma dramática.

Eso me sucedió allí, en el super y delante de la pobrecilla cajera que aterrada no salía de su asombro al igual que el resto de clientes que esperaban pacientemente en la cola. Todo se precipitó cuando la muchacha me dijo que la bolsa costaba 10 céntimos a partir de ese mismo día. Eso dijo y se quedó observando mi reacción. A los dos segundos comencé a ponerme rojo, algo que no pude controlar se apoderó de mi, quizás fuese la fuerza ATP no lo sé, pero un poder muscular asombroso que nunca había experimentado vino a mis brazos y agarrando la caja registradora con ambas manos la arranque del soporte y, como si fuera un lanzador de pesos olímpico, la arrojé por la ventana produciendo un destrozo considerable, mientras repetía a gritos, como si de una letanía se tratase: ¿10 céntimos la bolsa? ¿10 céntimos la bolsa?

Cuando llegó la policía ya me había calmado. Me encontraron sentado en el suelo rodeado de varios dependientes que fueron, según me enteré más tarde, los que consiguieron reducirme (cuando me disponía a arrancar otra caja) y repitiendo sin parar: 10 céntimos, 10 céntimos.

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