La pelota

2.6K 1 0
                                    

No sé a qué será debido, pero a veces no me siento parte de esta gente, de este pueblo. He nacido aquí, de eso no tengo la menor duda. Mi padre se llama Trunjau y mi madre Laribah y siempre me han enseñado las costumbres de mi nación y han intentado que las apreciara como lo más importante de mi vida. Mis hermanos y hermanas, por el contrario, sí que están hechos a imagen y semejanza de mis padres. Aman las costumbres y tradiciones de nuestro pueblo, tanto que darían su vida por ellas. Pero yo soy distinto, distinto a mis padres a mis hermanos y a mis ancestros. No valoro las cosas del mismo modo que ellos. No entiendo que para probar la valentía haya que arrojarse desde lo alto del acantilado Nuriu con un tobillo atado a una cuerda larga que casi llega hasta las rocas y que deja tu cabeza a tres cuartas de las piedras. Más de uno ha muerto probando que era un gran guerrero al reventarse su cabeza contra el suelo. Creo que lo único que probaron fue que la soga, en aquella ocasión, estaba demasiado larga. Aún así lo he hecho, siguiendo la costumbre, cuando alcancé los trece años de edad. Tampoco entiendo que después de un combate con los kulinaos haya que comerse el cerebro de los enemigos que caen prisioneros, mientras aún están vivos en la absurda creencia de que, haciendo esto, te apoderas del espíritu guerrero del enemigo. ¿Y si no era un valiente? ¿Qué clase de fuerza adquieres? A pesar de todo, también lo he hecho por más estúpido que fuera. He querido agradar a los míos, aunque no sepa muy bien quienes son los míos. Al final, siempre acabo haciendo lo que toda la vida se ha hecho en mi tribu.

Hoy cumplo los quince años y, según la tradición, deberé jugar a la pelota. Un juego reservado a los hombres. Se supone que con quince años ya lo eres. Y es posible que en este caso, sí que lleven razón y ya soy verdaderamente un hombre, valiente, fuerte y poderoso guerrero. Lo suficiente como para negarme a jugar a la pelota. Ese juego odioso que nos obligan a ver casi desde que naces y al que están deseando jugar todos los niños. Todos menos yo. Es muy posible que lo que voy a hacer suponga mi expulsión eterna de la tribu, pero no puedo ir en contra de lo que siento. Hoy, cuando mi padre, con su voz de trueno, me pida, en el ritual solemne de iniciación, que juegue a la pelota usando la frase que marca la tradición: “Hijo ya eres un hombre, toma el palo, ven y golpea” Yo le contestaré con otras palabras distintas a las esperadas: No pienso, padre, golpear con ese palo la cabeza cortada de ese hombre. Tú siempre me has dicho que con la comida no se juega.

RELATOSWhere stories live. Discover now