Delirium tremens

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–¿Quieres que vayamos a mi casa?– Creo que me han preguntado algo y me parece que ha sido esta mujer que está delante de mi sonriéndome como una mema. ¿O quizás la pregunta me la ha hecho este tipo gordo que no deja de babear en su vaso mientras bebe un combinado?

El día no ha sido nada bueno, pero nada.

–Cuando quieras puedes recoger tus cosas y largarte a donde te venga en gana. O si lo prefieres te las puedo enviar de manera exprés tirándotelas por el balcón– María nunca me había mirado con esa frialdad. Y eso solo podía significar una cosa, que irremediablemente me vería en la calle en pocos minutos. Ni siquiera me molesté en intentar razonar con ella, además no hubiera servido de nada. El día anterior me había pillado en la cama con Raquel, su mejor amiga y esa falta es de las que ninguna mujer puede perdonar jamás y conlleva el desahucio de la pareja y la salida inmediata del infractor por la puerta, y a veces por la ventana.

–Déjalo cariño, no te molestes. Yo mismo me las llevaré poquito a poco, además, hay cosas que se romperían. Estamos en un quinto piso.

–Cuando algo se termina, se termina y punto. Así que ya te puedes dar prisa. Ah, y lo de cariño, guárdatelo para esa puta traidora.

–Pero si no ha sido nada…

Tenía razón. Cuando algo se termina, se termina. Y lo nuestro llevaba ya tiempo en vía muerta.

Los vapores del alcohol y el denso humo que llena el garito me han llevado a un extremo de incoherencia al que solo se puede llegar cuando has bebido mucho o cuando eres un idiota. En mi caso preferí creer que había tomado demasiadas copas.

Intenté recomponer mi actitud, tomar consciencia de mi volátil cuerpo y prestar más atención a lo que sucedía a mí alrededor, pero otro indeseado efecto del alcohol comenzaba a manifestarse. Todo lo veía doble. Dos mujeres que me preguntaban algo que no entendía, dos gordos que babeaban en sus vasos mientras bebían unos combinados y dos camareros que me preguntaban si deseaba otra copa.

No sé si llegué a pedir más bebida y no recuerdo nada de lo que sucedió después. Cuando me desperté todo estaba en penumbra y por lo que podía percibir, me hallaba en una habitación desconocida y una mujer tan desconocida como la habitación yacía a mi lado completamente desnuda. Me alegré de que no hubiera sido el gordo quien me llevó a su casa. Y también me alegré de haber pasado la noche en aquel cuarto en vez de en mi coche que estaba lleno de ropa  hasta arriba y en el que pensaba pasar una noche desesperada y espartana.

Un dolor de cabeza terrible no me dejaba pensar. Y eso no me pareció mal ¿Para qué quería yo pensar en ese momento? Lo que no podía soportar eran las punzadas de miles de agujas que se clavaban en mis sienes como si fueran un acerico. Necesito un Alka-Seltzer.

La desconocida sigue durmiendo como un leño y no me atrevo a despertarla para pedirle la pastilla efervescente, auténtico milagro contra las resacas. A parte de que nunca se sabe el despertar que puede tener una mujer, sea conocida o no. Así que tendré que aguantar estoicamente el dolor de cabeza que aumenta a cada minuto. Es curioso que uno pueda ver el culo desnudo de una desconocida pero no se atreva a despertarla aunque de ello dependiera la vida, como sucede en este caso.

Todas esas elucubraciones que me vienen a la mente, no sé si son el fruto de una imaginación desatada o de esta cefalea aguda que hace que sienta mi cabeza inmersa en las profundidades del cerebro reptiliano. Pero la más preocupante de mis cuestiones es ¿qué ha visto en mí esta mujer para llevarme a su casa? Un borracho balbuceante y prácticamente anestesiado que seguro que no hice más que meter la pata y que puede, incluso, que acabara echándole la pota encima. Desde luego no me encontraba yo en uno de mis momentos más interesantes. Uno de esos momentos en el que, enarcando una ceja, dejo traslucir una personalidad atractiva.

Afortunadamente el dolor remite sin ayuda de ningún fármaco. Mejor, no me gustan las medicinas. Creo que el cuerpo acaba acostumbrándose a ellas y llega un momento en que ya no hacen el mismo efecto. Esta idea que en su tiempo fue muy original, se puede ahora encontrar en todas partes y es posible que la haya leído en algún sitio, tal vez en Internet.

Yo también estoy en cueros y no recuerdo nada. Esta mujer parece una experta desnudando hombres, una cosa bastante natural al tratarse de una prostituta.

A medida que mis ojos se acostumbran a esta oscuridad comienzo a distinguir la habitación en donde me hallo, mejor dicho, en donde aún no me hallo. Es curioso, pero la lámpara de la mesita de noche es igualita que la de mi casa. Y lo más chocante es que me aseguraron que era una pieza única en la tienda de antigüedades en donde la compré. ¡Mentirosos!

Poco a poco distingo todo el dormitorio ¡Es el mío, fijo! ¿Cómo he llegado a parar aquí? ¿Por qué una extraña me lleva hasta mi casa?

Cuando salí de mi casa por la mañana despedido con cajas destempladas por María, me sentí fatal. Peor que alguien a quien su jefe le despide de su trabajo de un puntapié. Mi mujer tenía toda la razón y yo era un cabrón que debía marcharse del que un día fue mi hogar soportando la justa pena de los desterrados. Ahora sé que María me quiere. Tuvo valor para verme partir con dos maletas llenas de ropa y tres bultos más hasta arriba, pero enseguida se arrepintió. Ella sabía que yo me pararía en el pub Candy, cerca de casa. Cuando algo me iba mal siempre me tomaba unas copas en ese local que había sido nuestro cuartel general desde que nos mudamos a este barrio. Así que cuando ya llevaba dos horas allí, lamentándome de mi desgracia con el barman y mojando de mocos la camisa de un gordo que estaba a mi lado, se presentó allí.

Se despierta y se levanta de la cama como lo hacía cada día, como si nada.

­–Voy a darme una ducha– Me dice  con   aire  cansado,   luego me grita desde el cuarto de baño   –Cariño ¿Quieres que luego llame a Raquel?

–¿?

–Siempre he tenido ese sueño erótico, hacer un trío contigo y con otra mujer… ¿Me oyes?

–¿?

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