Jim East, el corazón de un salvaje

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Siempre había sido un inútil. Desde niño su padre le despreciaba continuamente y su madre Molly, una mujer demasiado sensible para vivir en aquella inhóspita y perdida parte del mundo en la que únicamente habitaban serpientes y salvajes pintarrajeados y a donde la arrastró su marido en un desvarío, nunca quiso tener este hijo. De manera que él estaba persuadido de que era realmente un niño no deseado, un ser inservible sin remedio. Pero lo que Jim East sí hizo muy bien desde joven fue disparar su revólver, un colt 45 que “adquirió” a los catorce años, arrebatándoselo al cadáver de un hombre a quién él mismo había dado muerte con un cuchillo. La misma arma que usó, poco tiempo después, para asesinar a sus padres.

Una noche, mientras los padres dormían tomó su revólver de su escondite, con el que había estado practicando cada día en secreto y descargó el tambor del arma sobre sus cuerpos, llenando de sangre las sabanas que se empaparon en pocos minutos. Luego se quedó mirando los cadáveres que yacían sin vida con indiferencia, sin ninguna expresión en el rostro.

De pie, delante de las tumbas de sus progenitores, que él mismo había cavado, con el sombrero delante de su pecho y en actitud reverente, pensaba qué oración debía pronunciar y sobre todo para quién sería. Para su pobre madre, débil de carácter; que nunca le defendió cuando su padre le golpeaba dándole unas palizas terribles. Por su padre, Leonard East, que nunca aceptó ser un don nadie, un fracasado que había tenido que emigrar en búsqueda de una vida mejor cuando todo en su ciudad natal se vino abajo. O por él mismo, tal vez, que ni siquiera sentía el menor remordimiento por lo que había hecho.

Sin embargo los había enterrado. Quizás por si acaso un día sentía algo hacia ellos y quería volver a visitar sus tumbas. Pero no, Jim jamás volvió a aquella parte del mundo en la que sólo habitaban serpientes y salvajes pintarrajeados. En los pocos años que duró su vida, que se sepa, nunca se acordó de ellos.

Montó el caballo de su padre y sin volver la vista atrás se alejó de allí tranquilamente. Mientras a lo lejos, el sol del atardecer realizaba sus últimas filigranas haciendo equilibrios en la línea del horizonte antes de irse a dormir.

Jim East tenía quince años cuando, sin motivos aparentes, descerrajó varios tiros a sus padres matándolos fríamente, sin ningún tipo de remordimientos. Cuando abandonó su casa no tenía una idea clara de a dónde ir ni que sería de él, pero poco le importaba. En su mente sólo había un deseo: matar. Matar hasta no poder más. Matar a todo bicho viviente que tuviera la mala fortuna de cruzarse en su camino. Así que con estas premisas comenzó la historia más sangrienta que jamás conocería el vasto territorio de Nevada.

Nevada, como su propio nombre indica, debió ser un lugar de nieves, pero eso sería en otro tiempo; quizás en la prehistoria. Ahora Nevada, en su mayor parte, era un desierto inhóspito y casi estéril. Sin embargo la vida se manifestaba en algunas criaturas que se habían adaptado a aquellas malas tierras. Serpientes y lagartos, algún puma y un pequeño número de águilas habían visto aquel desierto como un lugar idóneo donde poder vivir y matar. También Jim East había decidido que Nevada era el sitio propicio para poder matar y vivir. 

Durante mucho tiempo vivió de la rapiña y el robo. A los dieciséis años ya había quitado la vida a cuarenta y cinco personas, entre hombres y mujeres. Nunca mató a niños. A los diecisiete fue acribillado a balazos por un caza recompensas que cobró 2000 $, mucho más de lo que se pagaba por abatir a un coyote. Jim, pudo haber dado muerte al caza recompensas, de hecho, él fue quien lo pilló por la espalda cuando estaba distraído. Pero el criminal más buscado en el estado de Nevada decidió que ya había llegado la hora de reunirse con sus padres a los que, quizás, pediría perdón. Miró fijamente los ojos de su verdugo y le grito: ¡Haz justicia!

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