No creo en fantasmas pero me dan miedo. Bueno, todos no me dan miedo. Hay uno en especial, al parecer, es el fantasma de un niño de siete años, que no me produce ningún tipo de ansiedad o temor. Creo que es el único espíritu que he visto y lógicamente el único del que podría tener miedo. Pero no. Si ustedes conocieran a Agustín tampoco sentirían ningún tipo de aprensión. Al poco tiempo de abandonar el mundo de los fantasmas de carne y hueso que viven entre nosotros —que todos conocemos a alguno— creía que sería arrebatado hacia el mundo de la luz pero, cuál no fue su decepción, al experimentar que seguía en su casa como si nada hubiera pasado. Al cabo del tiempo se dio cuenta que era un fantasma cuando vio que nadie le podía escuchar, cosa que por otra parte le sucedía también mientras estaba vivo. No podría decir cuánto pasó sumido en una tristeza tan grande como su soledad, hasta que un día se dio cuenta que podía atravesar las cosas sólidas. Desde entonces se pasaba el tiempo atravesándolo todo. Techos, paredes, muebles… personas, así es como un día le pude ver.
