La oscuridad

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Recuerdo que de niño me daban miedo la noche y la oscuridad. Hace mucho tiempo, demasiado, que ya no me da miedo nada y la noche es el mejor momento del día para vivir. Vivir… o lo que sea esto que hago yo ocultándome en medio de la oscuridad a la vista de todos. Ya no sé cuánto tiempo llevo así, en este otro mundo de tinieblas y amadas sombras sin las cuales ya no puedo ser. Hoy es una noche especial, me siento muy inquieto. En lo alto una Luna, gorda como una valkiria, ilumina las calles de mi ciudad. Mi ciudad… en donde soy el rey, el mayor depredador, el lugar en donde puedo saciar mi oscuro deseo. Quizás debería decir el sitio en donde cazo, en donde me procuro el alimento esencial para calmar mi voraz apetito. Este inacabable deseo que me lleva cada noche a convertirme en un ser sin alma. Agazapado en un callejón, espero a que los pasos que oigo acercarse lleguen hasta donde yo estoy. Si mi corazón estuviera vivo se saldría de mi pecho. Pero no, se mantiene frío como la mirada de mis víctimas cuando acabo con sus vidas. Por el sonido que hacen sus zapatos sé que se trata de una mujer. Son mis piezas favoritas. Tan suaves y débiles. A veces desearía no ser lo que soy, pero ya es demasiado tarde. ¿Soy un psicópata? Es posible y, a menudo, me lo pregunto. Pero esta noche no, no tengo tiempo. Los pasos de la gacela ya se oyen más cerca y me embarga una fuerza que no puedo contener, que me impide pensar, que me convierte a cada sonido del tacón de la mujer, en el cazador más temible de esta ciudad. Tacón, paso, mujer, miedo. Todo a mi alrededor da vueltas en un torbellino de sensaciones a cual más terribles, desgarrar, sangre, matar…

Salgo a su paso de golpe y sin darle tiempo a la menor reacción le abro el vientre con mis garras, mientras ahogo sus gritos con mi boca. No oigo nada pero huelo su sangre que sale a borbotones de su cuerpo. Al momento se desvanece y se queda mirando mis ojos con una expresión extraña, entre sorprendida, aterrorizada y triste. Es imposible que pueda explicar con palabras esa mirada. No hay nadie capaz de describir tal sensación. Tan solo quien la ha sentido y sobrevive para poderla explicar. Ellas nunca la han podido contar y yo no sé cómo hacerlo.

Miro su cuerpo inerte en el suelo, la sangre no para de brotar. Su vientre abierto como después de una brutal cesárea, como un terrible parto en donde el fruto ha sido su propia muerte. Me tengo que ir, de un salto me pierdo en la niebla de la noche. Pronto llegará la policía. Y una vez más volverá a preguntarse quién soy y por dónde estoy. Pero nunca lo sabrán. Por cierto, ellos me conocen con el nombre de Jack.

RELATOSWhere stories live. Discover now