La hecatombe

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Una de las tribus había encontrado a otra en el curso de una patrulla rutinaria y un combate feroz se entabló entre los dos irreconciliables enemigos. La batalla era cruel y despiadada. A muchos de los combatientes les faltaban ya los miembros, algunos estaban partidos por la mitad. Por doquier los enemigos se enzarzaban en luchas interminables que acababan siempre en horribles mutilaciones. Todos los guerreros eran brutales y una vez que atrapaban a alguno de los enemigos ya no paraban hasta reducirlo por completo. De pronto unas gigantescas bolas luminosas aparecieron en el cielo. Sin saber cómo habían aparecido se precipitaban hacia la tierra a gran velocidad. A los pocos segundos impactaban contra el suelo. A cada choque la arena saltaba esparcida por la fuerza de la sacudida y con ella los antagonistas eran también lanzados por el aire. Cientos de bolas transparentes cayeron sobre el campo de batalla lleno de cadáveres, luego miles. Al poco rato todos los individuos que estaban en la superficie habían sido barridos, sin embargo algunos permanecían empeñados en el combate. Cuando cesó la hecatombe y todo quedó en calma, tan sólo habían sobrevivido las hormigas que permanecieron en el fondo de las galerías. Las demás habían sido exterminadas por un pequeño aguacero de verano.

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