En la carretera

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Al dar una curva, los faros iluminaron a un peatón al que le faltó poco para que me lo llevara por delante. Paré de golpe mi automóvil dando un fuerte frenazo. El hombre, que no había hecho el menor gesto de apartarse, estaba de pie mirándome seriamente. Se acercó hacia mí y bajé el cristal de la ventanilla para ver que quería.

–Ya que ha estado a punto de matarme lo mínimo que puede hacer es llevarme hasta mi destino.

Yo estaba paralizado por el incidente y no sabía que decir. Al poco, haciendo un esfuerzo mi voz quebrada pronunció unas palabras casi inaudibles.

–Está bien, suba.

Una vez dentro del auto le pregunté qué a dónde iba.

–Voy por esta misma carretera que sigue usted, no me importa a donde, simplemente lléveme hacia adelante.

–De acuerdo– Le dije tratando de ser amable. El sentimiento de culpa a veces te puede convertir en alguien demasiado servil.

Durante unos minutos no pronunciamos ninguna palabra. Me fijé en su rostro. Tenía un aspecto extraño y daba la sensación de que respiraba con dificultad, casi rugía, tratando de que el aire entrara en sus pulmones.

–¿Se encuentra mejor después del susto que le di?– Le pregunté, más que nada para romper el hielo y para que al hablarme dejara de hacer ese ruido gutural que cada vez me ponía más nervioso.

–¿Cree que me he puesto nervioso? Yo nunca pierdo los nervios. Usted si que se ha puesto nervioso.

Me callé, tenía razón. Y lo peor era que los nervios permanecían aun conmigo. La presencia de este desconocido me inquietaba, pero a la vez, tenía la sensación de que lo conocía.

–¿Nos hemos visto antes?

–Si.

–¿Y se puede saber de qué o de cuándo?

Un olor desagradable emanaba de aquel hombre, una pestilencia hedionda que inundó el vehículo. De pronto su rostro se trasfiguró y tomó el aspecto más horrible que he visto en mi vida. Instintivamente quise detener el coche pero no podía, los frenos no respondían. Era como si una fuerza hubiera tomado el control del automóvil. El volante tampoco me obedecía, sin embargo, el auto, no se apartaba un palmo de la carretera.

–Nos conocimos el mismo día que asesinaste a tu esposa. Yo estaba contigo y te ayudaba a sostener el cuchillo mientras le cortabas el cuello. Luego volvimos a vernos la noche en que ahogaste a tu hija en la bañera. Yo te ayudé a hundir su cabeza en el agua.

–Pero… ¿Cómo…? ¿Quién eres?

–Soy el mal que habita en ti y esta es la carretera que te conducirá hacia tu destino final. La soledad eterna, el infierno que tú mismo has creado, y del que no saldrás jamás.

RELATOSWhere stories live. Discover now