Con el paso del tiempo, de tanto tiempo, he acabado maldiciendo la noche en que un vampiro me convirtió en un noctámbulo, un ser despreciable que vive de noche y duerme de día. Si es que se puede llamar vida a lo que yo hago. He llegado a aborrecer incluso las noches. Aquellas noches en las que salía a divertirme con mis amigos y que tanto me gustaban.
La cosa sucedió así. Una noche, en medio de la crisis económica mundial, íbamos, como de costumbre, mis amigos y yo a dar una vuelta. Nuestra mayor diversión consistía en tratar de ligar a alguna chica y siempre avalentonados con una copa de más. Nuestro campo de operaciones, normalmente, era un bar de los que permanecían abiertos hasta tarde. Aquel día se estaba dando particularmente mal la cacería y no ligábamos ni una borrachera. Además, era muy difícil beber sin tener un euro en el bolsillo. La crisis nos había dejado sin trabajo a la mayoría y siempre andábamos escasos de dinero. Estábamos muy desanimados y aburridos (ya se sabe que si en esas noches no se liga, se aburre uno mucho) y cansados de mirarnos a las caras decidimos, por una nimiedad, irnos cada uno a su casa. Un tipo alto y de aspecto siniestro se acercó a nosotros.
–Chicos, tengo algo que os puede interesar– Dijo con aire misterioso –Os espero mañana en mi despacho y os propondré algo que no podréis rechazar. Ahí va mi tarjeta.
De todos mis amigos, únicamente yo, me presenté en el despacho de aquel tipo. Me había picado la curiosidad y me parecía irresistible ver de qué se trataba su oferta. En el vestíbulo del moderno edificio y al lado de los ascensores se podía ver un panel informativo. Miré la tarjeta y leí: Fénix, seguridad. 5º oficina 523.
No pude evitarlo. Casi me sentí obligado por la fuerza hipnótica que desprendían los ojos de aquel individuo o quizás fuera por el sueldo. El caso es que, desde aquel día, trabajo por las noches como vigilante de seguridad en un almacén de vidrios, mientras que esa empresa de vampiros me chupa la sangre a cambio de unos cuantos euros.
