El sicario

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Nunca hubiera imaginado que llegaría un día en el que contrataría a alguien para acabar con una vida. Mi nombre es Ana y hoy quiero, necesito, contar algo que no me deja tranquila desde aquel día. Ocurrió durante el verano de 2011. Al principio todo era normal, nuestra convivencia era perfecta. Me gustaba disfrutar de su presencia, siempre tan protectora, callada y firme. Hacía ya más de quince años que estábamos juntos. Era alto y fuerte y me gustaba estar a su lado, leer un libro junto a él o quedarme dormida escuchando el susurro de su suave voz en las calurosas siestas de Agosto. Así pasamos esos años felices, sin que hubiera un reproche y ni una mala palabra entre los dos. De hecho, normalmente, era yo quien hablaba mientras él se limitaba a escuchar con paciencia todo lo que yo decía. Creo que, incluso, sabía lo que yo pensaba.

Un día enfermó de un mal incurable. En un primer momento, tuve la esperanza de que sanaría y me puse en contacto con varios especialistas, pero fue inútil. Todos coincidían en que su enfermedad era incurable y que no tenía tratamiento. Que poco a poco su vida se marchitaría, se apagaría y al final acabaría muriendo. Poco tiempo después la convivencia se hizo imposible, todo lo ponía perdido.

Un día, seguramente uno de los peores de mi vida, decidí poner fin a su enfermedad. Llamé a un profesional y le pagué para que se hiciera cargo de él. Fue duro, muy duro, pero ya no lo aguantaba más ¿Qué otra cosa podía hacer?

Nadie se debía enterar. En secreto, aquel hombre acostumbrado a este tipo de trabajos, debía acabar con su vida. Cada noche venía a mi casa con un bidón de gasolina y lo vertía debajo de él. No sé si fue peor anticipar su muerte. Verle en ese estado me hacía sufrir. A las pocas semanas, después de perder todo su color y lozanía, murió.

Me puse en contacto con el Ayuntamiento de mi ciudad para que vinieran a cortarlo. Eso hicieron, llegaron unos cuantos operarios con una motosierra y a  las pocas horas estaba despiezado en lo alto del camión. Cuando arrancaron sus raíces quedó un gran agujero en el jardín. Ellos  nunca supieron que yo había mandado quitarle la vida. Era un pinsapo, una especie de pino que está protegida y si lo llegan a saber la multa no me la quita nadie. Ahora echo de menos su sombra cuando leo, pero la piscina ya no se llena de porquerías.

El jardinero que se encargó del asunto nunca diría nada... ni me volvería a pedir más dinero a cambio de su silencio. De alguna forma había que tapar el hueco que aquel precioso árbol dejó en mi vida... y en mi jardín.

RELATOSWhere stories live. Discover now