Lágrimas de hielo. Parte III

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El sol de aquella mañana de otoño comenzó a elevarse, rojizo y majestuoso, más allá del amplio horizonte de las Planicies Interminables.

Mientras, atrás de una casi insignificante choza en una aldea perdida en aquellas inmensas praderas, una joven familia daba el último adiós a su amada hija y hermana. El pequeño cuerpo vestido con sus mejores ropas, el cabello profusamente adornado con las amarillentas hojas que los árboles cercanos habían dejado caer con la llegada del otoño, sosteniendo en sus manos un rosario donde se alternaban cuentas de coral-cuarzo y coral-obsidiana.

PRinç y Neerhoelgr, su escudero, se habían pasado una buena parte de la noche cavando la tumba en el huerto familiar, mientras Shai-re Zaad y V'rbra arreglaban a la pequeña y Cyan cuidaba de Eythrien y de Doumaz, su padre, quien, una vez libre de la influencia de las misteriosas criaturas, ya había comenzado a recuperarse.

Doumaz era el único de la familia que hablaba zenderantho, si bien rústico, lo bastante como para entenderse con las gentes de las Planicies Interminables, entre las cuales los rumores y las historias iban y venían acerca de noches de verano más frías que el más crudo invierno, sombras que entraban y salían de las casas esparciendo enfermedad y muerte, familias y pueblos enteros que desaparecían dejando tras ellos sólo un rastro de un polvo blanco y helado.

Él comenzó a enfermarse hacía un par de semanas, primero fue sólo un poco de frío una noche y mucho sueño al día siguiente; un par de días más tarde, al cansancio se agregó un constante dolor en las articulaciones, el cual aumentaba con cada mañana que pasaba, hasta que un día, finalmente, ya no pudo dejar la cama, exhausto y adolorido como si hubiera corrido todo el camino hasta Avalouhn y de regreso.

Y finalmente, les explicó V'rbra, una mañana simplemente ya no despertó; para ese entonces la mayor parte del pueblo se había ido, apenas quedaban ellos y otro par de familias que también tenían enfermo a alguno de los padres; los que tenían hijos pequeños enfermos, simplemente los subieron a alguna carreta y se alejaron por el camino del norte, de regreso a Fälant.

Pero aunque por fuera parecía plácidamente dormido, Doumaz estaba en medio de una eterna pesadilla, en la que los rincones más oscuros de su mente y de su alma eran examinados y diseccionados, para luego mostrárselos con el regocijo malsano de una presencia casi idéntica a aquella que Cyan había llegado a conocer tan bien.

El sol ya se había asomado en todo su esplendor por sobre el horizonte y lo que quedaba de la familia se reunió en torno a la tumba, donde entonaron un largo cántico en antiguo saxlish, que Cyan no pudo entender muy bien, pero que pobremente traducido empezaba así:

"Oh, bienamado,

hoy que ha llegado el fin

de tu camino en esta tierra

es día de gozo y regocijo, ya que

tu mirada que hoy aquí se extingue

es luz que amanece en el este,

estrella que guía en el norte,

relámpago que arde en el sur

y llama eterna en el oeste..."

Acompañado por un suave murmullo de las tres fä sobrevivientes, el suave y rítmico cantar era parte de una religión antigua y muy diferente a la adoración del GRYMM por parte del ejército y la élite gobernante. La creencia z'ndu que practicaban la mayoría de los älv era más una filosofía que una religión; más bien, una escuela y una serie de prácticas y creencias enfocadas en establecer una relación de armonía y aceptación con tu prójimo, con tu entorno y, sobre todo, con la muerte.

Phantasya. Trinidad de sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora