Almas en guerra. Parte I

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PRinç se debatía en medio de la más cruel de las encrucijadas, tratando de decidir entre el amor de su vida y el deber para con su pueblo, su padre y el destino de su reino.

Apenas unas horas antes, el príncipe heredero de Thrauumlänt había percibido una muy leve vibración en el pequeño dije de qhlozoos que colgaba de una delgada cadena de plata en su cuello y al tomarlo, de inmediato pudo sentir la esencia de Cyan vibrando a través del delicado objeto: necesitaba ayuda; ella y al menos una centena de refugiados viajaban hacia el "Último Reino" a través del Paso de Munehäudzen.

Había tenido que recurrir a la Nehmó de Fantsythorpe, quien había batallado, pero había conseguido extraer más información de la que normalmente era posible de la moneda de Cyan; por eso, ahora PRinç sabía cuántos eran y que todos estaban agotados, hambrientos y desesperados por encontrar un refugio de la tormenta que se abatía sobre el plano entero.

Eso solo empeoraba las cosas, no solo porque le había prometido a Cyan ir a encontrarla dónde y cuándo lo necesitara, sino porque en la línea estaban decenas, quizá un par de cientos de vidas que necesitaban ayuda desesperadamente.

Seguramente, si le explicaba a su madre lo que ocurría, no solo ella sino también su padre lo entenderían y lo enviarían con todo un escuadrón de la Coenywaechtr y provisiones suficientes para ayudar a los refugiados; sin embargo, él mismo no podía permitírselo, no con el ejército de Fälant acampando a menos de 100 metros del Manto de Muuderkns.

Hacía cinco días que las huestes de Mrrgan T'Fä habían aparecido marchando por la Calzada de los Tres Reinos. Más de 20 mil älvs armados con espadas que podían cortar a dos hombres de un solo tajo y escudos que podían resistir el golpe de un ogro enfurecido. Eso sin contar los 100 gigantes entrenados que portaban en sus espaldas ya fuera plataformas repletas de arqueros, baterías de balistas o catapultas y que, en el último de los casos, podían ser lanzados en estampida y arrasar con las líneas frontales de cualquier ejército.

Lnz Zeal't, el Primer Fianna, no había tardado en ofrecer un "acuerdo": la rendición absoluta e incondicional de Thruumlänt, la entrega del Segundo Artefacto y la destitución de la familia real, quienes serían enviados como prisioneros a Avalouhn, todo ello a cambio de evitar una guerra que, ellos lo sabían, no podían ganar.

El rey Guudercoenyg había pedido dos días "para evaluar las peticiones de Fälant", los espías le habían avisado de la inminente llegada de las fuerzas de Zeal't desde hacía semanas y los vigías lo habían mantenido informado de su avance diario; aun así, apenas tendrían tiempo de terminar los trabajos de fortificación de la muralla de la ciudad y de reunir a los voluntarios que se habían ofrecido, de todo el reino, para enfrentar la inminente invasión.

Los dos días habían pasado y Zeal't había enviado mensajes al rey exigiendo una respuesta. Ahora, no obstante, fue PRinç quien respondió, diciendo que su padre había caído repentinamente enfermo y apelaba a su honor como soldado y como Fianna para que les diera un par de días más para enviarle una contestación.

Al término del nuevo plazo, otra mala excusa los ayudó a ganar un día más, lapso apenas suficiente para terminar de armar a sus tropas y empezar a movilizarlas en secreto hacia la frontera, apenas a tiempo para que la paciencia de Zeal't se agotara y enviara un ultimátum: aceptaban de forma irrestricta las condiciones de la reina o habría guerra.

Ambos mensajes, el de Lnz y el de Cyan habían llegado apenas aquella mañana, así que su tiempo se había agotado y las únicas opciones de PRinç eran, en el mejor de los casos, malas: abandonar a su padre al borde de la guerra o arriesgar la vida de la mujer que amaba y la de decenas de inocentes que confiaban en la protección de Thrauumlänt.

Phantasya. Trinidad de sombrasWhere stories live. Discover now