Los demonios de la guerra. Parte II

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Su cabeza palpitaba y su espalda dolía a causa del impacto de la caída, su garganta picaba y sus ojos escocían por culpa del polvo que la avalancha había levantado, mientras la luz del sol dibujaba un enorme círculo en el fondo del pozo en el cual ahora se encontraban.

A su lado, una niña eelph yacía desmadejada como una muñeca rota, mientras, un poco más allá, su padre se quejaba lastimeramente, con la espalda doblada en una posición tan poco natural, que casi parecía uno de los muñecos de madera que los sastres usaban para coser y medir la ropa.

Atrás de ella, la madre eelph lloraba pero parecía relativamente bien, mientras acunaba en sus brazos a un bebé que gritaba con toda su fuerza, asustado pero sin un rasguño gracias a los protectores brazos de su madre.

No había seña de los dos chicos aelf, pero lo que la rubia sí veía perfectamente era a cuatro de los cinco enemigos que los habían cercado en la ladera de aquel maldito túmulo. A diferencia de la niña eelph, los muy bastardos sí habían sobrevivido, pero Cyan estaba a punto de corregir aquello.

Como un cometa dejando una estela de polvo detrás de sí, una piedra salió disparada de su mano, para estrellarse en la cabeza de un gran hombre de tez cetrina y ojos malévolos, que había sido el primero en levantarse.

Sin un quejido, el hombre cayó desmayado al piso y antes de que tocara el suelo, Cyan ya estaba sobre él, rompiéndole el cuello con un rápido movimiento que produjo un chasquido como el de una rama de árbol que se parte en dos.

El filo de un cuchillo pasó silbando a escasos milímetros de su mejilla derecha y, casi enseguida, una inmensa rodilla es estrelló en su costado izquierdo; la rubia aguantó el golpe y esquivó el enorme puño, casi tan sólido como la roca que los rodeaba y que buscaba su mandíbula.

Cyan era mucho más fuerte de lo que su esbelta complexión la hacía parecer, lo bastante fuerte como para lidiar con el oruk que se abalanzaba sobre ella; sin embargo, también era muy ligera, y estaba perfectamente consciente de que si aquella enorme criatura lograba agarrarla con firmeza podría zarandearla como una muñeca de trapo, así que era vital conservar su distancia y atacar sus puntos débiles, como aquella rodilla que se exponía con muy poca prudencia.

Pero nunca pudo alcanzar el objetivo, un nuevo atacante se lanzó desde su derecha y ella apenas pudo retroceder a tiempo para evitar el mazo que buscaba su cabeza; para su fortuna, en su precipitación, aquel tipo huesudo y malencarado había estorbado al oruk, con lo cual, por un segundo, ambos se hicieron un nudo que terminó rodando por la pila de escombros.

El cuarto atacante, más listo que los otros, había evitado a la rubia y se había lanzado directo sobre la eelph. Tratando de proteger a su bebé, la elfa verde había retrocedido hasta la pared de roca, pero ahora estaba acorralada. Presa de la furia y la frustración, Cyan dejó rodar a los otros dos enemigos y arremetió contra el cuarto, un älv al que le faltaban tanto una fä consorte como la mano derecha, en cuyo lugar esgrimía un gancho de carnicero incrustado en el muñón.

Sin darle tiempo de nada, la joven guerrera saltó e impactó un salvaje rodillazo en la espalda del elfo oscuro; el golpe, que originalmente buscaba su columna vertebral, falló por unos cuantos centímetros cuando el rival se movió, pero, en cambio, golpeó uno de sus riñones, arrancándole un sonoro bufido de dolor y arrojándolo al piso.

En un solo y fluido movimiento, Cyan se dejó caer sobre él y estrelló el talón de su mano izquierda tres veces en la cabeza del enemigo, el cual quedó lo bastante aturdido como para darle tiempo a la joven de tomar una gran piedra del piso y despacharlo con un sólido golpe en una sien.

Esa misma piedra, ahora manchada de sangre, se convirtió en veloz proyectil que impactó en el hombro del segundo humano, que avanzaba sobre ella con su cachiporra y, de inmediato detrás de la roca, la rubia llegó con una patada lateral que impactó al asaltante en el abdomen; el golpe lo arrojó hacia atrás, pero lejos del oruk que no podía seguirle el paso a la impredecible Cyan.

El humano se tambaleó sobre los escombros y aunque al final logró conservar el equilibrio, fue un gran error de su parte, ya que Cyan aterrizó sobre él con un poderoso puñetazo descendente que casi lo noquea; al ver que el enemigo aún se negaba a caer, la joven humana lo sujetó de los cabellos y le estrelló tres relampagueantes rodillazos en pleno rostro para, enseguida, dejarse caer con todo su peso impactando su codo exactamente en la base de la nuca del enemigo. No estaba muerto, pero quedaría paralizado del cuello para abajo por el resto de su vida, vida que sería muy breve ya que quedaría abandonado en el fondo de aquel agujero infernal.

Un brillo metálico en los límites de su visión periférica le avisó del inminente ataque y aunque alcanzó a moverse, no pudo evitar del todo la salvaje mordedura del cuchillo, que le dejó un profundo corte a la altura del omóplato izquierdo.

La rubia ahogó un grito de dolor y se arrojó hacia el frente, rodando para ganar distancia de su atacante; pero el oruk, a pesar de ser relativamente lento, era un guerrero experimentado y estaba determinado a no darle espacio a la rubia. Con enormes zancadas siguió su trayectoria, dando poderosos pisotones en un intento de aplastarla bajo sus botas.

Cyan logró alejarse un poco y antes de levantarse, con la mano izquierda arrojó un puño de tierra a la cara del enemigo y con la derecha una roca que se impactó en justo en la frente del rival. Un golpe que había bastado para desmayar al primer enemigo apenas si aturdió al oruk, toda su raza tenía una enorme resistencia a los golpes contusos y aquel no era la excepción, así que tenía que usar una estrategia diferente, armarse de paciencia y esperar el momento indicado.

Con velocidad y agilidad, la joven empezó a evadir las cuchilladas y los golpes y los zarpazos del oruk; evadiendo y desviando, evitando bloquear, dentro de lo que le era posible, ya que músculos como aquellos podían pasar a través de casi cualquier bloqueo como si fuera cartón mojado. En cosa de segundos, Cyan distinguió un par de patrones en el estilo de pelea del rival y dio con la forma de hacer lo que necesitaba: usar su propia fuerza en su contra.

El cuchillo paso silbando frente a su pecho y ella le aferró la muñeca, aprovechando el movimiento para hacerlo girar a su alrededor al tiempo que le propinaba un golpe en la parte trasera del hombro izquierdo, para de inmediato soltarlo, antes de que el oruk se repusiera y consiguiera jalarla hacia él.

Otras dos maniobras similares arrojaron al enorme bruto al suelo, desgastándolo, cansándolo y haciéndolo enfurecer cada vez más. Cyan también estaba agotada, sin embargo, su oportunidad no tardó en llegar cuando el enemigo embistió sin cuidado alguno, presa de la ira y la frustración; la rubia logró esquivar la hoja y enganchar el brazo para proyectarlo hacia el frente, haciéndolo rodar por el piso.

Determinada a terminar la pelea en aquel movimiento, la joven corrió tras su rival, apoderándose en el camino de un par de grandes piedras, una en cada mano, las cuales estrelló con toda su fuerza contra los lados de la cabeza del oruk que empezaba a levantarse; las piedras se pulverizaron por la fuerza del golpe y el enemigo quedó apenas seminoqueado.

A espaldas del oruk, Cyan bloqueó con la cadera el fulgurante tajo que aquel lanzó casi a ciegas, aferró la muñeca con la mano derecha y luego dejó caer el talón de la izquierda con toda su fuerza sobre el mismo hombro que había estado golpeando una y otra vez, dislocándolo. El oruk lanzó un rugido de dolor y soltó el cuchillo.

Más rápida que antes, Cyan se arrojó sobre el arma; casi enseguida, furioso y herido, el enemigo se arrojó sobre ella, pero aquello era exactamente lo que la joven esperaba y con otro poderoso impulso logró girar por el aire, dejando pasar al enemigo debajo de ella y justo en ese momento, clavó el cuchillo en su nuca.

El asaltante cayó al suelo sin un solo sonido, los ojos en blanco y la columna vertebral cercenada, mientras la rubia, quien hasta ese momento comenzó a notar el dolor de la herida en su espalda, volteaba a ver a la joven eelph, quien la miraba con una mezcla de miedo y asombro.

Pero no había tiempo para aquello, un repentino temblor pareció sacudir el mundo entero y un sonido aterradoramente parecido al de un alarido humano reverberó a través de su cuerpo entero, mientras la gigantesca sombra de algo reptante tapaba por un momento la boca del pozo, haciendo que el corazón de Cyan se encogiera, y el ruido de una batalla mucho más grande que la que había dejado hacía unos minutos la bañaba de pies a cabeza con el sonido de la muerte.

Phantasya. Trinidad de sombrasWhere stories live. Discover now