Los demonios de la guerra. Parte IV

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Más rápida que TOuzmap, Cyan decapitó a un no-muerto que se tambaleaba hacia ellos y la cabeza cayó dentro del foso, donde un atento Vutzu la pateó para evitar que rodara hacia Eathervrïna y las thegnes, quienes habían estado luchando durante horas para mantener el campo de protección.

Pero no parecía que la batalla fuera a terminar pronto. Pese a las múltiples bajas por ambos bandos, el terreno era un hervidero de actividad, con los arreva-nants empujando desde el sureste y los demangs resistiendo hacia el noroeste. Estos últimos eran ampliamente superados en número, sin embargo, su astucia, fuerza y ferocidad nivelaban el combate ante un enemigo que carecía del más mínimo destello de inteligencia, pero que también carecía de miedo o de instinto de conservación.

De repente, un nuevo "alarido", como si las puertas del infierno se hubieran abierto de repente, se alzó hacia el suroeste; el coral-cuarzo de la zim i-tana de Cyan adoptó un tono marrón oscuro ante la malevolencia del sonido y todos pudieron darse cuenta que ante cada nuevo llamado de lo que fuera que causaba aquel ruido, las thegnes debían redoblar esfuerzos para conservar el aura que los mantenía relativamente a salvo.

Dando un paso más hacia la boca del foso, Cyan logró atisbar al causante de aquel alarido infernal: una figura baja y oscura, vestida con lo que parecía una túnica hecha con el oscuro plumaje de un ave primitiva y cuya cabeza estaba cubierta por el cráneo de un gigantesco schuck.

En sus manos, aquella persona, cuya piel estaba cubierta por ceniza y sangre seca, portaba lo que parecía un cráneo humano, cosido con alambre de bronce y sellado con resina; la mujer (o eso parecía a la distancia) acercó la parte trasera del cráneo a su boca, infló los carrillos y sopló, produciendo el infernal alarido con el que ya todos estaban aterradoramente familiarizados.

Aquello pareció ser una señal para que el cadáver reanimado de un enorme balaur de tres cabezas arremetiera contra las primeras líneas del enemigo, conformadas por los demangs más grandes, los cuales avanzaban, lenta pero metódicamente, hacia la mujer que se encontraba en la cima de uno de los dólmenes.

La masiva bestia reptó rápidamente, aplastando o arrastrando con ella a algunos arreva-nants más pequeños y cargó contra los siniestros demangs, que no se movieron un ápice y contuvieron la arremetida con una descarga conjunta de su humo, que frenó un poco al balaur, sin detenerlo del todo.

Por un momento, Cyan pensó que todo estaba a punto de terminar: el balaur arrasaría con los demangs más grandes y el resto de las tropas de Ofiukoatl destrozaría lo que quedara de los más pequeños; sin embargo, justo cuando todo aquello estaba a punto de ocurrir, una pequeña sombra cruzó veloz frente al sol de media tarde, precipitándose sobre la enorme sierpe.

Una ráfaga de humo y llamas verdes golpeó uno de los rostros de la bestia y, apenas un segundo después, un poderoso golpe arrancó de tajo la cabeza central del balaur y solo entonces fue que Cyan pudo verla: una figura alada de apariencia femenina, tremendamente alta y musculosa, con cuernos rojos que surgían de donde debían haber estado sus ojos y armada con un enorme martillo, del cual escurría el líquido negruzco que era lo que quedaba de la sangre del gigantesco arreva-nant.

A su lado, Cyan sintió a TOuzmap temblar de rabia y miedo al ver a la criatura que trababa combate con el balaur, cuya cabeza arrancada se había transformado en una pequeña cascada de un líquido espeso, oscuro y pestilente, parecido al alquitrán, y había caído sobre un arreva-nant de apariencia humana.

Al instante, el líquido aquel desató una violenta reacción en el cadáver reanimado, transformándolo en una extraña bestia con dos cabezas, una de las cuales se agitaba en el extremo de un largo "cuello" que, más bien, parecía un tentáculo; uno de sus brazos se transformó en una enorme garra de afiladas uñas y sus dos piernas duplicaron su tamaño.

Phantasya. Trinidad de sombrasWhere stories live. Discover now