Epílogo 1: El primer artefacto

23 5 11
                                    

-¿Crees que lograste algo, criatura? ¿En verdad crees haber logrado algo con esta matanza?- la voz de Mörth Dreath, Primer Consejero del emperador Arcthorios Pnthrakon de Fälant, era un susurro apenas audible en la inmensidad del salón del trono -Lo único que conseguiste fue destruir el único poder que podría haber resguardado a Phantasya de la tormenta que ya está sobre nosotros-

En un santiamén, conforme caminaba hacia el guerrero caído, la enorme figura de Ofiukoatl fue empequeñeciéndose y adoptando una forma humanoide, recubierta de escamas y con un par de pinzas negras saliendo de sus homóplatos y la larga y rígida cola de un escorpión surgiendo de su espalda baja.

-¡Silencio, sirviente!- ordenó el dios oscuro de las Planicies Interminables con aquella voz que parecía el zumbido de cientos de insectos -¡el artefacto, ¿dónde está el Primer Artefacto?!-

Mörth retrocedió arrastrándose sobre la escalinata que daba al trono, donde el cadáver de Arcthorios se recubría a sí mismo con una capa de acero y d'rkstyl erizada de púas, para evitar ser mancillado.

El emperador, símbolo y heredero de la Casa del Dragón, no era un guerrero, era un maestro, un sanador, un filósofo, y aun así había caído como los grandes. Miles de huesos resecos y amarillentos yacían alrededor del trono, mudos testigos de que Arcthorios, el último de los Pnthrakon, era incluso más poderoso que Ofiukoatl. No obstante, al final, los números habían vencido. Uno de los grandes heraldos de la serpiente, encubierto tras una oleada de arreva-nants, había alcanzado al monarca y con una dentellada le había arrancado el corazón.

-¡Nunca lo sabrás!- gritó el Consejero al tiempo que tomaba una espada rota de uno de los miembros de la guardia imperial y con lo último de sus fuerzas se arrojaba sobre la criatura.

Había sido una masacre. Aprovechando los túneles naturales que corrían bajo Dao Sh'atei, extendidos y ampliados por wurms y balaurs, la horda maldita de Ofiukoatl había emergido, abriéndose paso a través de tierra y pasto, a las afueras de Aisterleen, la ciudad-templo que era el hogar de Arcthorios y la corte imperial.

Nadie había sobrevivido, la solitaria falange de D'ltax y R'nyerx destinada por Dama Mrrgan para la "seguridad" del emperador había sido barrida por la marejada de arreva-nants, en tanto la guardia imperial, con apenas mil miembros, había presentado una heroica, pero virtualmente inútil resistencia que había culminado a las puertas de la Sala de los Pétalos de Crisantemo.

El consejero atacó sin miedo, consciente de que su vida había acabado, pero con el ardiente deseo de dejar su marca en el rostro del demonio antes de reintegrarse al Naeraván, el "Espíritu de la Nada". Mandoble tras mandoble se estrellaron en los brazos y el cuerpo de la criatura, provocando heridas que se cerraban casi al instante, hasta que, finalmente, un veloz amague y un rápido cambio de dirección lograron hacer blanco en una de las mejillas de lo que alguna vez fue el rostro de la Nemoh.

Un siseo y un gesto de fastidio deformaron la cara de la criatura, quien, con la velocidad del rayo alargó un brazo al doble de su longitud normal y tomó a Mörth por el cuello, para luego arrojarlo contra una pared.

El cuerpo de Dreath rebotó violentamente y aterrizó sobre los cuerpos de varios soldados que aún no habían sido reanimados por Ofiukoatl.

-Tal vez el cadáver de tu señor se haya resguardado detrás de todo ese metal. Pero hay muchos más cuerpos por aquí que puedo tomar y con alguno de ellos voy a encontrar la respuesta que busco-

Con un zumbido que reverberó en el enorme salón, que una vez estuvo decorado por armaduras representativas de cada nación en Phantasya, Ofiukoatl llamó a uno de sus nuevos esclavos, un cadáver recién convertido y reanimado, que con paso lento e inseguro llegó a un lado de su nuevo dueño.

Phantasya. Trinidad de sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora