Avalancha. Parte IV

40 5 4
                                    

El casi indistinguible movimiento de oscuras siluetas al fondo del salón hizo que la mano de Cyan llegara a la empuñadura de su espada, sin embargo, un segundo después, el murmullo de sollozos infantiles y plegarias apagadas hizo que el férreo agarre se relajara, confirmando que, al menos por esta vez, Ki-taat Vutzu, el estafador, estaba diciendo la verdad.

-¿Ki-taat? ¡Ki-taat!- una voz se alzó de lo profundo de las tinieblas, mientras una pequeña figura, envuelta en un largo y ceñido vestido con capucha, se precipitaba sobre el jovencito, cubriéndolo de besos -¡Ki-taat, estás herido! ¿¡Qué te pasó!?-

El fuerte acento deutsger se coló a través del zenderanto, mientras la capucha del vestido negro adornado con filigrana de oro se deslizaba revelando el corto cabello oscuro y las infantiles facciones de una chica tan joven como el propio Vutzu. Con gesto consternado que se podía adivinar a través de la penumbra, la jovencita comenzó a emitir una suave vibración con los labios, mientras una de sus manos se extendía sobre uno de los cortes que la zim i-tana de Cyan había causado en el chico, el cual comenzó a sanar poco a poco.

-Lo siento 'vrïna, no hay tiempo para esto- Vutzu apartó la mano de la joven sanadora, dejando una herida a medio cerrar, para encarar a Cyan mientras con un gesto señalaba al resto del nutrido grupo de sombras que se agitaba dentro de aquel salón relativamente amplio -¡Tenemos que sacarlos de aquí! La avalancha ya no está muy lejos-

Con otro gesto, Vutzu indicó la puerta, que Qárabas resguardaba desde afuera. Oriundos de las oscuras profundidades de Dao Sh'atei, la vista de los datarios era apenas mediocre, sin embargo, su oído y su olfato eran superiores a los de cualquier otro ser viviente en Phantasya (con la posible excepción de los loupohz).

Así, la relativa calma de la enorme bestia, de más de metro y medio de alzada, les decía que aún tenían algo de tiempo...

"¡Aaahhhh!"

...pero no demasiado.

El grito se había alzado a unas decenas de metros de distancia y los niños y las mujeres vestidas de negro y oro que los resguardaban comenzaron a ponerse nerviosos.

-Tranquilos, niños. El joven Vutzu y Lady Cyan van a sacarnos de aquí- todos excepto aquella mujer de edad madura, alta y exageradamente delgada, de rasgos angulosos y ojos duros como una navaja, en cuyo pecho brillaba un medallón de ébano y oro, que Cyan pudo identificar como el emblema de las Servidoras de la Luz.

La rubia no entendía por qué todos en Fäntsyschloz le decían "Lady", no pertenecía a la casa real y carecía de cualquier título o nombramiento que la hiciera acreedora a la distinción. Pero no había tiempo para aquello ni para preguntarle cómo era que la conocía.

-Haremos lo posible, hermana, ¿cierto, Vutzu?- dijo con una sonrisa en los labios, para luego acercarse al medio oruk y susurrarle violentamente al oído -¡Dime que tienes un plan o por Morrigan te juro que te cuelgo de donde más te duele!-

Mirando, mitad asustado y mitad divertido, la daga que apuntaba a su entrepierna, Vutzu esbozó una enorme sonrisa, aquella misma que Cyan tanto odiaba, para luego decir con toda la arrogancia que le era posible: -¡Por favor, rubia! ¡Yo siempre tengo un plan!-

-¡Y yo espero que ese plan no implique abandonarnos en la plaza de la ciudad rodeados de toritoks, porque si es así...!-

El gesto de dolor que distorsionó las facciones del jovencito al sentir la punta de la daga clavarse en un punto sensible se diluyó de pronto en uno de determinación, cuando ambos escucharon el gañido nervioso de Qárabas.

-Te lo juro, rubia: no hay trampa esta vez. Ahora vamos, por este lado- dijo Vutzu mientras con un gesto les indicaba que rodearan la casa y se encaminaran hacia el sur.

Phantasya. Trinidad de sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora