A través de la Puerta de la Gracia. Parte I

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Le llamaban la HOuztia ELizee, la "Puerta de la Gracia", el único acceso legal para cualquier extranjero al Divino Principado de HOuçç, dominio y hogar de los "elfos verdes" (como les llamaban los humanos) y de su gobernante plenipotenciario, el MHagg OThouçç.

Aunque le llamaban "puerta", el enorme arco de mármol, marfil y piedra caliza, de unos 50 metros de alto y más o menos 200 de largo, en realidad albergaba algo así como 100 pequeños accesos, todos ellos fuertemente custodiados por la LEggium DEhi, la "Hueste Divina", el bien entrenado y exageradamente disciplinado ejército de HOuçç.

Y frente al arco, otro espectáculo impresionante: unas 20 hectáreas de un llano repleto hasta el borde de carpas, tiendas de campaña o, simplemente, gente tendida en cobijas o reunida alrededor de cientos de fogatas, tratando de protegerse del frío de la madrugada que recién terminaba en el extremo oriental de las Planicies Interminables.

El flujo de peregrinos hacia HOuçç siempre era inmenso, sin embargo, en la última semana prácticamente se había duplicado, esto debido a la cercanía de la fiesta del MHagg Invictou, uno de los cientos de festejos religiosos que los eelphi celebraban al año.

Cyan y los fugitivos habían llegado tres días atrás y casi de inmediato, Phriatsmanleena, la de mayor edad entre las thegnes sobrevivientes, se había dirigido al capitán de la guardia para solicitarle santuario en nombre de la alianza entre HOuçç y Thrauumlänt, pero todavía no habían recibido respuesta.

Por lo menos, un grupo de nunjai, las encargadas de velar por la seguridad y comodidad de los peregrinos más desfavorecidos, les habían proporcionado una tienda de campaña, bastante deteriorada pero todavía utilizable, cobijas y mantas para todos, alimentos y algo de ropa mientras esperaban respuesta.

Era relativamente fácil entrar a Houçç (lo verdaderamente difícil era salir), cada mañana, los sanaturai -los diplomáticos/guerreros del MHagg- elegían un grupo de unos 500 peregrinos para pasar la HOuztia ELizee y abordar grandes barcazas que los cruzaran el phloun EAqus, aunque en estos días, con motivo de la celebración, permitían el paso de mil 600 personas diarias, 800 por la mañana y otras tantas por la tarde.

Una vez salvada la aduana, un manípulo de legionarios los escoltaba (vigilaba, en realidad) a través de la veha PHulvua hasta UHrb ZAmarggduç, donde se les permitía quedarse hasta una semana para asistir a las ceremonias diarias que ofrecía el dios y gobernante de los eelphi en el atrio de MHagg PAlaç, su monasterio y fortaleza.

Pero no todos podían entrar, por lo menos, no por las buenas; gente como Ki-taat Vutzu y como la propia Cyan D'Rella, quienes en su momento habían sido expulsados por romper alguno (o varios) de los mandamientos del MHagg, tenían prohibido, bajo pena de muerte, regresar a la tierra de HOuçç

El muchacho, sin embargo, no tenía la menor intención de cruzar la frontera; desde el primer día se había separado del grupo de fugitivos y se había mezclado con los miles de peregrinos que esperaban paso franco, dedicándose a lo que siempre se había dedicado: sobrevivir.

Ya fuera robando, mintiendo, engañando o apostando en juegos arreglados, con dados cargados o cartas marcadas, el joven medio-oruk estaba como en el paraíso en medio de aquella multitud cansada y fastidiada, deseosa de encontrar algo en qué pasar el tiempo de aquella a veces larga espera.

De hecho, el chico sólo regresaba un rato por las noches, para compartir algunos besos y arrumacos con Eathervrïna, la más joven de las thegnes, y luego volvía a marcharse, mientras la chica, quien ya comenzaba a resentir el peso de la inminente separación, lloraba largos ratos por las noches antes de quedarse dormida.

Cyan, en cambio, era otra historia, ella necesitaba entrar a HOuçç a como diera lugar; en su última incursión, hacía ya varios meses, había elegido el camino difícil, bordeando el phloun EAqus (o "Río de Espinas") hacia el sur, hasta encontrar un vado poco vigilado y luego remontando otra vez hacia el norte, cuidándose de no ser sorprendida por las constantes patrullas de la LEggium DEhi.

Ahora, en cambio, se le presentaba una inmejorable oportunidad y habría sido francamente estúpido desperdiciarla. Con el permiso de Phriatsman' y la ayuda del resto de las sanadoras, Cyan se las había arreglado para ajustar las ropas de la joven 'vrïna, quien fingiría ser uno de los huérfanos, mientras la rubia se hacía pasar por una más de las thegnes.

La chica era bastante alta para su edad, pero su cuerpo apenas comenzaba a desarrollarse, de modo que Cyan apenas cabía en la túnica negra bordada con oro, incluso después de que, con gran paciencia y habilidad, thegne Kraaphénaka reforzara las costuras y le hiciera algunos agregados para hacerla un poco más cómoda (y menos ajustada) para su nueva dueña.

Para su fortuna, ya no tuvieron que esperar mucho más; la mañana del quinto día, uno de los sanaturai de menor rango se presentó en su pequeño campamento y les ordenó que lo siguieran y, enseguida, un piquete de lanceros legionarios les abrió paso a través de la multitud para conducirlos a uno de los accesos.

La HOuztia ELizee brillaba en todo su esplendor con el sol naciente alzándose detrás de ella y los fugitivos pudieron ver de inmediato que las historias eran ciertas: dependiendo de la hora del día y la época del año, la luz del sol hacía brillar una porción de los jeroglíficos e imágenes de coral-cuarzo que recubrían el arco, los cuales contaban diversos pasajes de la historia de HOuçç y los hechos de las distintas encarnaciones del MHagg.

El pasaje que en aquel momento resplandecía bajo la clara luz de la mañana era la unificación, en el pasado remoto, de las dos grandes tribus eelphen que fueron la simiente que dio origen al llamado Primer Reino, cuando el jefe de uno de los clanes reconoció el origen divino del otro, quien, tiempo más tarde, sería reconocido como el primer MHagg.

El rápido paso del caballero SEresh y la sutil eficacia de los legionarios pronto las tuvo frente a una estrecha reja de hierro. Ahí, un funcionario fronterizo les hizo algunas preguntas de rigor y les advirtió que no podían introducir armas a HOuçç y que en caso de ser hallados con una serían severamente castigados y luego expulsados del país.

Sabiendo aquello, hacía unas noches, Cyan había llevado el gran costal con sus armas hasta un afloramiento rocoso, donde las había enterrado y la hermana Kraaph' las había iluminado para protegerlas de suertudos, curiosos y/o ladrones.

El trámite fue corto, la mera mención de Thrauumlänt, el emblema de las Servidoras de la Luz, la ayuda de una nunja y la enorme carga de trabajo debido a la proximidad de la lidúrigga más grande de las últimas décadas ayudaron a relajar los estrictos controles que los eelphi ejercían sobre sus fronteras.

Del otro lado del titánico arco, un ya nutrido grupo de adoradores, de todas las razas, aguardaba en una gran explanada hecha de bien alineadas planchas de granito y bordeada por estatuas del MHagg, hechas de los más diversos materiales, desde mármol hasta bronce e incluso coral-cuarzo, obsequio de reyes y diplomáticos de distintas naciones.

Luego de algunos minutos, cuando el grupo llegó a las 800 personas, procedieron a abordar las grandes barcazas de suelo plano que cruzaban el río impulsadas por complejos sistemas de cuerdas y poleas, para luego emprender, rodeados por unos 200 legionarios, armados hasta los dientes, la larga marcha hasta UHrb ZAmarggduç.

Confundida entre la multitud, Cyan agachó la cabeza y se cubrió con la capucha, mientras su corazón, desbocado, no sabía si rendirse al miedo y la desesperación o aferrarse a la muy lejana esperanza de encontrar a la pequeña Hara-pa en aquella ciudad de elevadas torres de marfil, palacios de mármol y luces de esmeralda.

Phantasya. Trinidad de sombrasWhere stories live. Discover now