Avalancha. Parte V

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Las armas volaban, las zarpas rasgaban, las oraciones flotaban y los sollozos desgarraban la noche mientras el desesperado grupo de fugitivos trataba de abrirse paso a través de aquel bosque de garras y dientes inhumanos, que atrapaban y destrozaban todo cuanto estuviera a su alcance.

Maza y bastón en mano, Cyan se revolvía entre marejadas de atacantes, moviéndose con destreza, agilidad y seguridad, arrojando criaturas a diestra y siniestra; unos pasos adelante de ella, la Nehmó y el resto de las thegnes batallaban por extender un campo de protección alrededor de los niños, quienes, asustados, fueron incapaces de seguir el veloz paso de Qárabas y Ki-taat Vutzu. Al igual que el aura que había protegido a la superiora minutos antes, la vibración del campo elevado por las sanadoras tenía la virtud de devolver a los toritoks, si bien muertos, a su forma original.

No obstante, cada impacto absorbía energía y las thegnes lucían cada vez más cansadas y el aura menguaba por momentos, además, cada que uno de los monstruos era "curado", una de aquellas nubecillas quedaba un rato flotando sobre el cadáver, para luego elevarse unos 10 metros por encima del suelo.

El datario y el medio-oruk habían quedado atascados en un estrecho pasaje entre dos cerros de escombros, todavía a unos 20 metros de la muralla y a unos cuantos pasos del grupo, imposibilitados de seguir avanzando por un auténtico muro de toritoks que, por fortuna, se estorbaban unos a otros en su afán de llegar a la que aparentemente era la única fuente de "comida" que habían dejado en toda la ciudad.

Una garra áspera como papel de lija y fuerte como la mano de un oruk se colgó de pronto del brazo izquierdo de Cyan, quien, con un rápido reflejo, aplastó la desproporcionada cabeza con la base de su bastón, justo a tiempo para que la maza destrozara a otro que había saltado sobre ella en busca de su cabeza.

Pero sin importar cuántos eliminaran, sin importar cuántas cabezas aplastaran o cuantos cuerpos quedaran tendidos alrededor de ellos, siempre había otro y luego otro y otro y otro y otro y muchos más, en un flujo sin fin que amenazaba con ahogarlos en cualquier instante.

-¡Vutzu, tenemos que sacarlos de aquí!-

La voz de Cyan se elevó por encima del sordo ruido de la "avalancha", los gritos y sollozos de los niños y de los rugidos furiosos de Qárabas, que tenía colgados de sus cuernos los cadáveres de por lo menos cinco o seis enemigos.

-¡Estoy abierto a sugerencias!-

Armado con un martillo de guerra, lo bastante pesado como para destrozar a un toritok de un par de golpes, el chico había retrocedido ante el empuje de las criaturas, que ya inundaban el paso entre los dos escarpados montículos.

-¡¿Y qué pasó con tu estúpido plan?!-

-¡Oye! ¡No insultes al plan! ¡Nunca insultes al plan! ¡El plan es casi perfecto! ¡El plan es roca sólida!-

Con un suspiro de fastidio, Cyan despachó a una bestiecilla y fijó sus ojos en los restos de una alta torre, quizá un campanario, hecha de adobe y que se mantenía apenas en pie gracias a varios arbotantes de madera a medio chamuscar.

-¡Qárabas! ¡Las vigas de la esquina suroeste!-

No había duda de que el datario, apenas un poco más bajo que un caballo y fuerte como un bonacon, podía derribar los dos arbotantes que Cyan le señalaba, sólo había que esperar que la torre cayera exactamente donde la necesitaban.

-¡Hermanas, preparadas! ¡Hay que llevar a los niños por encima de lo que quede de la torre!-

Sin sombra de duda, el fiel Qárabas embistió los pilares y luego volvió junto a Vutzu, dejando a su paso un rastro de muerte en la negruzca mancha que era la masa de toritoks.

Phantasya. Trinidad de sombrasWhere stories live. Discover now