Los demonios de la guerra. Parte III

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El paso de la gigantesca criatura (lo que haya sido), más los continuos temblores, derrumbaron parcialmente la orilla del pozo, creando una serie de "escalones" que les permitieron a Cyan y a la madre eelph volver a la superficie... sólo para encontrarse con el más dantesco espectáculo que pudieron haber imaginado.

El feroz combate entre bandidos y refugiados se había visto totalmente eclipsado por un batalla de proporciones míticas entre dos pequeños ejércitos de sombrías criaturas, a las que lo único que les preocupaba era el dominio de aquel mundo, sin importarles qué o a quién se llevaran entre las patas.

Demonios cuadrúpedos de cuatro ojos, con grandes cuernos rojos envolviendo su cabeza y pequeñas alas vestigiales en su espalda, algunos pequeños, ágiles y feroces, otros, masivos, fuertes y brutales, combatían contra una verdadera marejada de arreva-nants: zyqlopoon y aelfs recién reanimados la mayoría, pero que también incluía miembros de todas las razas e incluso algunos titanians y sierpes. De hecho, hasta ahora, las únicas criaturas que parecían a salvo del maleficio de Ofiukoatl eran los draconians.

La joven eelph ni siquiera se atrevió a salir, horrorizada, corrió de nuevo al fondo del pozo, mientras Cyan contemplaba, por un instante al menos, el pandemonium en que aquel rincón de Phantasya se había convertido en apenas unos minutos.

No bien la vieron, un pequeño grupo de arreva-nants se arrojaron sobre Cyan, quien tomó prestada una lanza de un aelf muerto junto a la boca del pozo y rechazó el asalto. La magia era lo único que podía destruir definitivamente a aquellos espectros, los finos y ensayados movimientos de las artes marciales, que para ella eran un reflejo, resultaban inútiles ante criaturas que no sentían dolor ni miedo y cuyos huesos no eran animados por músculos y tendones, sino por la oscura magia de Ofiukoatl.

Aun así podían ser contenidos. A pura fuerza bruta era posible molerlos hasta que no pudieran moverse, cortarles las piernas los hacía más lentos y cortarles los brazos evitaba que pudieran sujetar o arañar; sin embargo, aquello funcionaba cuando eran unos pocos, una marejada como aquella era imposible de contener, de modo que Cyan sabía que necesitaba huir, encontrar a quien quedara vivo de la caravana y tratar de salir de ahí tan rápido como pudieran.

-¡Hey, rubia!-

El grito la alcanzó desde un lugar a su espalda y Cyan alcanzó a voltear para ver a una enorme figura de gigantescos cuernos enramados galopando hacia ella, arrojando a un lado a los arreva-nants y embistiendo, incluso, a uno de los demonios más grandes.

Qarabas pasó como un relámpago junto a ella y Kitaat Vutzu la sujetó de la mano que ella le tendía, para que la rubia, con la agilidad de un gato doméstico, trepara a las ancas del datario, quien dio una amplia vuelta en "U" para regresar por donde habían venido.

-Alguien encontró esto y me encargó que te las trajera-

Vutzu le entregó su taizho, el juego de zim i-tana y ta an-biyá, que era su única posesión verdadera. Cyan se alegró al recibirlas, no sólo por el amor que sentía por aquellas armas, sino porque el coral-cuarzo podía absorber la magia que animaba a los arrreva-nants, con lo cual decapitarlos bastaba para "matarlos", a menos que el propio Ofiukoatl decidiera revivirlos personalmente.

El único gran inconveniente, como recordaba de aquella batalla de hacía algunos meses con el shamán oscuro, era que al hacerlo, un poco de aquella malévola magia siempre terminaba por colarse en la mente de Cyan, volviéndola un poco más cruel, un poco más brutal y un poco más violenta.

-¡No te me congeles, rubia, sigue matando esas cosas, ya casi llegamos!-

Cyan no había tenido tiempo de volver por la eelph y su bebé, sin embargo, rogaba a la mano de Macha que las guiara a un lugar seguro y hacía votos a Morrigan por regresar a buscarlos tan pronto como consiguiera ayuda.

Phantasya. Trinidad de sombrasWhere stories live. Discover now