Sendero de dolor y esperanza. Parte I

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Qa-radrach, o Enaqihtad-sed en el lenguaje aelf, era una colina rocosa relativamente baja que se alzaba solitaria en medio de la enorme extensión de las Planicies Interminables, la cual, para Cyan D'Rella y los refugiados, representaba el inicio del tramo final de un camino que les había costado sangre, sudor y lágrimas recorrer.

En la parte más alta del cerro, un par de peñascos que se alzaban en lados opuestos de la cima, simulando unas orejas, se habían asomado en el horizonte la mañana anterior y ahora, tras casi toda una jornada y media de marcha, apenas habían empezado a vislumbrar lo que sería la "cabeza" del perro a la que aquella elevación debía su nombre.

Exactamente 46 refugiados habían sobrevivido a la batalla en las Colinas Serpenteantes; las muy pocas provisiones que habían rescatado del ataque de los salteadores les habían alcanzado apenas para los primeros dos días, pero sin otra opción más que seguir el rumbo que ya se habían trazado, se adentraron todavía más en aquellas áridas praderas, con la esperanza de que los dioses los socorrieran ya fuera con comida y agua o, en el último de los casos, con la bendición de la muerte.

Los pocos aelfs que viajaban con ellos, auxiliados por la fuerza y el olfato de Qárabas y de Leoo, fueron su salvación; nómadas infatigables, acostumbrados a procurarse su propio sustento sobre la marcha, batallaron lo indecible para hacerlo, pero lograron conseguir alimento para casi 50 personas en medio del caos que los rodeaba.

Aun así, no todos lo lograron, la anciana que había sobrevivido a la batalla falleció unos pocos días después, víctima del hambre, la sed y la fatiga, y un pequeño humano que había sido mordido por un arreva-nant finalmente había sucumbido al maleficio de Ofiukoatl, pese a los mejores esfuerzos de thegnes y nunjai, y con todo el dolor de los padres, al final, Quorbus se vio obligado a sacrificarlo.

También una joven eelph que viajaba con sus hermanos había muerto víctima de una terrible fiebre que la había atacado poco menos de una semana después de partir de las Colinas Serpenteantes, tampoco hubo mucho que las sanadoras en el grupo pudieran hacer y falleció en unos cuantos días. Dos niños eelphi y uno oruk murieron de hambre y sed y un joven aelf falleció en una cacería, víctima de un escupitajo corrosivo del bonnacon herido que estaban intentando derribar.

Muertes dolorosas, desmoralizantes para un grupo que dependía casi por completo de una muy vaga esperanza para mantenerse en pie y seguir andando; no obstante, la vista de aquella colina que recordaba ligeramente la forma de la cabeza de un perro les infundió nuevos bríos y, casi sin darse cuenta, todos aceleraron la marcha, sacando fuerzas de flaqueza y apoyándose unos en otros para seguir avanzando.

-¿Estás bien, princesa?-

Agotada, sucia y malhumorada, sobre todo malhumorada, Irizoç había tropezado y ahora yacía en el suelo cuan larga era, bajo la mirada preocupada de Leoo, quien le tendía una mano, solícito.

-¡Estoy bien, gracias!- pese a sus palabras relativamente educadas, la joven eelph rechazó con un gesto de disgusto el ofrecimiento del oruk, quien se limitó a hacerse a un lado, bajo la torva mirada de TOuzmap, cuya ayuda, no obstante, también fue rechazada por la altiva Irizoz -¡y no soy una "princesa"! Nunca lo he sido y mucho menos ahora-

La amargura en su voz era clara evidencia de todo lo que la joven eelph había vivido en las últimas semanas: la revelación de su origen mestizo, la precipitada huida del único hogar que había conocido, su caída de Anema Medare a excomulgada, la certeza del amor entre PRinç y Cyan y ahora, incluso, las penurias de aquel horrible peregrinaje, el hambre, la sed, el cansancio y, lo peor de todo, la terrible incertidumbre de no saber, siquiera, si podría vivir para ver el sol alzarse una vez más.

Y todo en pos de la muy lejana posibilidad de encontrar a un grupo de aquellos salvajes rojos que podrían o no ayudarlos a llegar a la relativa seguridad de Thrauumlänt, donde tendría que encontrarse de frente con la persona a la que había apuñalado por la espalda, todo con tal de ganarse el favor de su dios, el mismo "dios" que se había revelado casi tan repugnante como un humano y que la había obligado al exilio siguiendo las órdenes de aquella vil criatura que ahora era la verdadera dueña de HOuçç.

Phantasya. Trinidad de sombrasWhere stories live. Discover now