Sangre, acero y d'rkstyl. Parte I

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Y al fin estaba sucediendo. Ahí mismo, frente a sus ojos, lo que ninguno de ellos creyó posible al fin estaba pasando: el Manto de Muuderkns, la barrera que mantenía el mal fuera de Thrauumlänt, se estaba resquebrajando bajo el embate de aquella suerte de malignos espíritus cuyos helados tentáculos se habían extendido, cubriendo por completo la superficie del Manto muy por encima de sus cabezas.

Todo había empezado apenas unos segundos antes, cuando una andanada de unos 100 proyectiles como lanzas, arrojados por otras tantas balistas ubicadas a poco más de medio kilómetro de la frontera del "Último Reino", se estrellaron contra la barrera que los había mantenido a salvo los últimos 39 años, desde la noche del Gran Hechizo.

Al principio, un suspiro de alivio se había escapado incluso del pecho de Guudercoenyg, cuando todos vieron cómo la oscura punta de los proyectiles se desintegraba al mero contacto con la barrera; no obstante, apenas un segundo después, empezaron a ver cómo unas pequeñas manchas, indistinguibles en un principio debido a la distancia, comenzaban a crecer y a expandirse, cual maligna escarcha viviente, sobre la barrera.

Ellos no lo sabían, pero las puntas de las lanzas (enormes flechas, en realidad), estaban empapadas por el líquido que Seaín le había entregado a Lnz Zeal't apenas un día antes. Contenidos en aquellos recipientes, seres malignos de más allá del plano físico habían recibido pequeñas porciones de magia extraída de la barrera y habían aprendido a alimentarse de ella.

Por ello, ahora, al liberarlos directamente sobre el Manto, los hambrientos seres no habían dudado en consumirlo hasta la última partícula, al tiempo que, más de 30 leguas al sur, Muuderkns caía desmayada ante el artero ataque, imposibilitada de mantener la protección sobre su tierra y su pueblo amado.

Y Guudercoenyg pudo sentirlo. El traicionero golpe contra su reina, su fiel amiga, su leal compañera y amada esposa le provocó un hueco en el corazón y aunque sabía que sólo había sido un desmayo, de inmediato se sintió invadido por un casi ciego deseo de revancha, una urgencia de devolver golpe por golpe hasta ver a Avalouhn en ruinas y a Mrrgan T'Fä encadenada a sus pies.

No obstante, el rey, veterano de mil batallas y sobreviviente de mil derrotas, respiró profundo y canalizó hacia su voz aquella ira que quemaba su corazón como el fuego que habitaba bajo los volcanes de la lejana Haedysion.

-¡Mis amigos, mis hermanos, la hora ha llegado! ¡La hora de combatir, la hora de levantar las espadas, la hora de alzar los escudos, la hora de cobrar sangre con sangre y pagar vida con vida! ¡Por nuestro hogar, por nuestra familias, por todos aquellos que dejamos atrás, aquellos que nos esperan, aquellos que cuentan con nosotros! ¡Honor o muerte, mis hermanos! ¡Honor o muerte!-

"¡¡¡HONOR O MUERTE!!!"

Fue el unánime rugido que se elevó por encima del campo entero, opacando incluso los tambores de guerra que se escuchaban del otro lado de aquella gran pradera decorada por los tonos dorados y rojizos del otoño que acababa de terminar y sumergiéndose en un invierno que decidiría el destino de su mundo.

Y por fin ocurrió, la barrera terminó de resquebrajarse, al tiempo que los malignos espíritus que la habían devorado se evaporaban emitiendo un siseo sobrenatural que apenas si hizo mella en los corazones de los hombres y mujeres del ejército defensor.

Y mientras un vendaval de oscuras nubes volaba raudo sobre sus cabezas en dirección al sur, hacia Fäntsythrope, el ritmo de los tambores de guerra de Zeal't aumentó y la falange de D'ltax comenzó a avanzar lentamente, haciendo resonar las espadas sobre los escudos, complementando y aumentando el retumbar de los tambores, provocando una enorme sonrisa en el Primer Fiana, cuyas manos hormigueaban, desesperadas por sostener la espada y lanzarse al combate.

Phantasya. Trinidad de sombrasWhere stories live. Discover now