El mago y la serpiente. Parte II

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El polvoriento túnel se extendía oscuro y aparentemente interminable frente a ellas. Cyan sostenía una antorcha que apenas alcanzaba a iluminar unos pocos metros cuadrados de aquella inmensa oscuridad; aunque, en realidad, la rubia agradecía que así fuera, ya que, dentro de aquellas tenebrosas catacumbas, una niña como Hara-pa podía incluso dudar que la vista fuera una bendición.

Una estrecha escalera oculta bajo la Plaza Esmeralda las había bajado tres niveles y las había dejado en aquel oscuro sótano, donde paredes y más paredes recubiertas con cráneos y huesos de cientos de miles de esqueletos élficos se extendían tan lejos como la imaginación alcanzara y una mente temerosa e inquieta podía incluso convencerse a sí misma de que aquellos restos secos y polvorientos se movían al son de la irregular luz de la llama.

Los primeros pasos fueron difíciles; aterrada, Hara-pa se prendió de la pierna de Cyan, quien, con rápidos reflejos, le tapó la boca con una mano, ahogando el grito que podría haber despertado a los muertos ahí hacinados; no obstante, el verdadero triunfo fue obligarla a caminar a través de aquellos horrores.

-Escúchame, Hara-pa; escúchame, mi niña, aquí estoy, ¿puedes verme? Estoy contigo y nada, me entiendes, nada va a pasarte, no mientras esté yo aquí, ¿me crees, puedes creerme?-

Con aquellos ojos violeta abiertos como dos grandes monedas y relucientes por las lágrimas, la niña se le quedó viendo a Cyan unos instantes, antes de asentir levemente, para luego echar a andar, su manita apretando fuertemente la mano de la rubia, quien, por su parte, trataba de concentrarse en las indicaciones que había recibido de Ztanyon.

Como casi todos en HOuçç, el ex centurión sólo sabía escribir en laden y usando la complicada mezcla de runas y glifos que era sus sistema de escritura; así, aunque le había entregado una detallada lista de instrucciones para navegar en la oscuridad de las catacumbas bajo PAlatha ZAmargdan, todo había resultado inútil y ahora Cyan tenía que confiar en nada más que su memoria para salir de ahí.

Vuelta a la izquierda en el cráneo partido a la mitad, a la derecha en la cruz de fémures, por la izquierda en la bifurcación de la pared de dedos, vuelta en "U" 10 pasos después de la columna de rótulas y... callejón sin salida.

Desandar el camino le tomó lo que le pareció una eternidad; con Hara-pa apretando su mano al grado de lastimarla y con la pequeña antorcha que había llevado oculta entre sus ropas disminuyendo rápidamente, la rubia comenzaba a pensar que al soldado, alguna vez miembro de la FHorzam MHaggna, lo había traicionado la memoria (después de todo hacía más de seis años que lo habían expulsado del ejército) o ella no se había aprendido las instrucciones tan bien como lo había pensado.

Por fortuna, había hecho marcas con su daga en cada vuelta, de modo que, aunque tardó más de lo que habría querido, no tuvo problemas para volver al punto de inicio y otra vez emprender el camino, sólo que ahora por la derecha en la bifurcación de la pared de dedos.

Por un momento parecía que esta vez no habría columna de rótulas, pero, mucho más lejos que la primera vez, por fin encontraron la siniestra estructura. 10 pasos, vuelta en "U", pasar a través del arco de costillas, abrir la puerta de esternones y con el último suspiro de la antorcha... la cegadora luz.

***

Las luces de coral-cuarzo que iluminaban el templete en blanco y verde resaltaban a la perfección la magnificencia de la corte real, por llamarla de algún modo, de HOuçç. Sentados todos en un cómodo graderío a espaldas del púlpito, los fedarei de la EIklezzia ocupaban la extensión completa de las primeras tres filas; detrás de ellos, en la mitad derecha de la grada, KHredel con los maestres de la SAncta OHrda CAvaleren y a la izquierda JHanzziel y las abadesas de la DIva RÉggolam MHaggna, las feroces ahmazani.

Phantasya. Trinidad de sombrasOnde histórias criam vida. Descubra agora