La hora más oscura. Parte V

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La ciudad era un caos de edificios y vidas destruidas. No había lugar a donde PRinç pudiera voltear sin ver los estragos de la batalla contra los así llamados wampeer.

El trayecto que al ejército completo le había tomado seis días, ellos lo habían hecho en apenas tres y medio, casi sin dormir, comiendo sobre la marcha y parando apenas el tiempo suficiente para cambiar de caballos. El rey Guudercoenyg y el mínimo de su escolta, 10 de los mejores hombres de la Coenywaechtr, comandados por el capitán Bachiergnils, se encontraban ahora atravesando la muralla exterior de Fantsythorpe, en tanto 20 leguas al norte, Siegfridsigrd se hacía cargo de organizar una defensa ante cualquier posible contraataque de Mrrgan T' Fä.

La reina Muuderkns seguía recuperándose satisfactoriamente y había logrado tender un campo de protección que cubría apenas la mitad de la distancia entre la ciudad y la frontera, pero que había sido fuertemente reforzado por todo un cúmulo de hechizos y encantamientos lanzados por las thegnes y la Scholomanza, que esperaban fueran suficientes para detener una nueva embestida no sólo de älvs y wampeers, sino de casi cualquier otra cosa de las que ahora acechaban en Phantasya.

Aun así, PRinç no podía evitar sentirse terriblemente culpable. Haber dejado a Cyan, a su madre y a su pueblo lidiar solos con aquel golpe le dolía profundamente en el corazón. Por más que tanto su padre como el Gran Mariscal le aseguraban que no había forma de haberlo previsto, él todavía cargaba con el peso de no haber podido ayudar.

Los caballos iban apenas al paso, recorriendo lentamente las ahora lúgubres calles de la capital del "Último Reino", vacías, desoladas; todavía no lo sabían, pero habían perdido al menos a un tercio de la población y aunque en los cuatro días que habían transcurrido desde la batalla ya casi habían limpiado las calles de cadáveres, todavía podían ver algunas carretas cargadas con cuerpos que sacaban de las casas y edificios derrumbados o de los sectores más alejados de la ciudad.

Era extraño, pero no había olor a podredumbre; el frío que aún podía sentirse en la ciudad había evitado la descomposición de los cuerpos y, aunado a ello, aquellos que habían muerto a causa de los feratus seguían totalmente congelados, cual siniestras estatuas de hielo con un eterno gesto de terror en el rostro. Todavía nadie sabía si aquella extraña condición evitaría que los recién fallecidos fueran esclavizados por Ofiukoatl, pero, por si acaso, las thegnes iluminaban las enormes fosas comunes que se habían abierto a las afueras de la ciudad, en una planicie que en adelante sería llamada el Llano de La Luz.

Por fin llegaron a la puerta de palacio y dentro de Guudercoenyg luchaban todo un remolino de sentimientos: culpa, angustia, temor, alivio y esperanza, aunque, de momento, la extrañeza lo dominaba todo. Había participado en suficientes sitios en su vida como para saber que aquella no había sido la típica batalla: los muros estaban intactos, la puerta seguía en su lugar sin un rasguño y no había máquinas de asedio abandonadas por el ejército rechazado, lo único eran las sobrenaturales lenguas de hielo que apenas comenzaban a derretirse en lo que había sido el foso del castillo.

En el patio de armas, varios mozos tomaron las riendas de los caballos y mientras Bachierg' y sus hombres se dirigían a las barracas a descansar, PRinç y Guudercoenyg se precipitaban puertas adentro, directamente hacia el salón del trono, donde la reina y una nutrida comitiva ya los esperaban.

La piel más pálida de lo usual, el cabello recogido en una simple cola de caballo, la ropa sencilla y cómoda, las ojeras que destacaban oscuras sobre la blanca piel y la sonrisa de profundo cansancio no impedían que Muuderkns luciera tan hermosa, digna y orgullosa como siempre.

Olvidando cualquier protocolo, ignorando cualquier regla de etiqueta, haciendo a un lado tradiciones y costumbres, el rey subió la corta escalinata en un par de grandes trancos y cayó de rodillas ante su reina para besar sus rodillas y sus manos, antes de que ella levantara su rostro y le diera un beso tierno y amoroso, para luego clavar sus ojos cafés en los de él y con una simple mirada, sin gestos ni palabras, decirle: "Todo está bien".

Phantasya. Trinidad de sombrasWhere stories live. Discover now