Sendero de dolor y esperanza. Parte II

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Incluso mientras caminaba hacia donde Cyan y Quorbus se encontraban de pie como aquellas estatuas que guardaban la entrada a Kre z'Eloijn, Ki-taat podía sentir la mirada de la princesa (o lo que fuera) eelph taladrándole la espalda. No que le importara demasiado, pero no dejaba de ser incómoda la forma en que lo veía, como si fuera una aberración de la naturaleza cuya mera existencia contradecía todo lo que había de sagrado y puro en el mundo.

No obstante, en aquel momento la estúpida elfa y sus sandeces religiosas podían irse derechito a los estanques de mierda que había a las afueras de cada bourge de las Planicies Interminables, de hecho, en aquel momento, lo único más importante que la sombra que parecía extenderse desde el oeste, era la maldita sed y el hambre que apenas si lo dejaban pensar.

Lo que le había dicho a Eathervrïna era verdad, al menos en parte; como habitantes del desierto que eran, los oruuk podían pasar hasta un par de semanas sin probar gota de agua, sin embargo, él era sólo mitad oruk y aunque definitivamente tenía más resistencia que humanos, älvs y eelphi, quizá incluso más que el aelf promedio, aquel permanente ardor en la garganta, su lengua que parecía un estropajo dentro de su boca y el ligero pero incesante dolor de cabeza que había comenzado a aquejarlo desde la noche anterior lo tenían de un humor de perros, valiera la expresión.

Lo bueno era que, según tenía entendido, aquello estaba a punto de terminar; según los elfos carmesí, al medio día siguiente, si mantenían el paso y no había mayores contratiempos, llegarían a la "cabeza del perro", donde, incluso si no encontraban a las otras tribus de rojos con las que pensaban unirse, al menos hallarían agua fresca en un manantial o riachuelo que había en las inmediaciones de la colina.

Por el momento, sin embargo, ya ni siquiera tenía fuerza para buscar aquellas escapadas de besos y caricias con 'vrïna, no que ella fuera a aceptarlo, de todos modos; la pobre no podía ni con su sombra, mucho menos iba a estar de ánimo para los fogosos escarceos que ella y Ki-taat compartían desde que se conocieran en Khasiinpá, la bourge que había sido arrasada por los toritoks hacía... ¡ya casi dos meses!

¡Por la maldita barba de su abuelo! ¡Casi dos meses de aquella vida de mierda! Desde la huida de Khasiinpá solo los cuatro o cinco días que pasó en el campamento de peregrinos frente a la HOuztia ELizee había podido dormir a buen resguardo y comer comida decente o bueno, tan decente como podía serlo en aquella vastedad de tiendas y fogatas en las que prácticamente lo único que se cocinaba eran raciones de viaje.

Como quiera que fuera, aquello era casi el paraíso comparado con aquel infierno de fuga en el que se había visto envuelto desde que aquellos malditos zomshazas atacaran la frontera de HOuçç. Jamás olvidaría la marejada de carne podrida y huesos reanimados que los había sorprendido aquella madrugada de la fiesta que los eelphi llamaban el "Mago Invencible"; los gritos, los lamentos, la desesperación, la inmensa cacofonía de rezos y plegarias que se había elevado buscando el favor de un dizque "dios" que ni siquiera se había dignado responder.

Él y Qárabas habían logrado sobrevivir (como siempre lo hacían) huyendo de tangente a la avalancha de desesperados peregrinos que habían corrido, cual rebaño de ovejas, justo en la dirección en que los no-muertos los empujaban. Y tras ocultarse toda la madrugada en la helada maraña de carrizos y lirio acuático que poblaban la rivera del Río de Espinas, a la mañana siguiente tomaron camino río arriba, sin ninguna razón, únicamente porque, en aquellas circunstancias, era tan buena dirección como cualquier otra.

Y fue entonces que, casi a medio día, el agudo olfato de Qárabas, incluso mejor que el de su eterno compinche, encontró aquel muy familiar olor a incienso y lavanda y, un par de horas después, su oído alcanzó a percibir el alboroto de gente que se alejaba del río y fue entonces que las encontró: las benditas thegnes y un montón de elfos verdes que dejaban sus propias tierras y se adentraban en lo desconocido.

Phantasya. Trinidad de sombrasWhere stories live. Discover now