Camino de dolor y esperanza. Parte III

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Los brazos se le acalambraban. Los pies le dolían. Su cabeza había comenzado a dar vueltas y cada músculo de su cuerpo temblaba con tal violencia, ateridos de frío, que parecía en medio de una convulsión epiléptica.

Sin embargo, pese a todo ello, Leoo del kahan nal-Gwalat, se negaba a doblarse. Toda la noche había andado con los niños aelf en brazos, caminando, a veces corriendo cuando el estruendo del choque entre los dos titanes que combatían a unos 10 kilómetros de distancia los alcanzaba como si estuvieran apenas unos pasos detrás de ellos, pero siempre adelante, siempre sin detenerse, como había aprendido desde que era un cachorro.

No obstante, ahora, con las primeras luces del alba insinuándose en el horizonte oriental, incluso él, que había soportado las acusaciones de cobardía de su propia familia (todo porque se había negado a matar al jovenzuelo que, por imprudencia, había causado la muerte de su hermana menor), los rigores del exilio y las infamias de la esclavitud en las minas de plata en el corazón de los EUgomonteum DEhi, estaba al borde del colapso.

-¡Alto! Tomemos un descanso y atiendan a los heridos, pero todavía no se quiten la ropa mojada-

Para su fortuna, justo cuando sentía que el próximo paso sería el último antes de desfallecer, la voz de Quorbus lo salvó de la humillación y, con lo último de sus fuerzas, depositó gentilmente a los chiquillos en el suelo, mientras su padre, también al borde del desvanecimiento, se arrodillaba junto ellos, abrazándolos y llorando tras la amarga experiencia.

Sólo el enorme datario, Qárabas, había aguantado más que él, e incluso el orgulloso animal lució totalmente aliviado cuando fue despojado de su carga, mientras el chiquillo de medio linaje lo abrazaba efusivamente por el cuello, ante el sonoro ronroneo de la bestia, al tiempo que ambos se echaban sobre la hierba húmeda y fría.

Aquello era algo que Leoo no alcanzaba a comprender, cómo era que algún oruk (una mujer seguramente, como lo insinuaba la delgada complexión del chico) había optado por unirse a algún humano, a sabiendas de que sólo le quedarían dos opciones: abandonar a cualquier cachorro que engendrara o ser arrojado de su kahan, no solo exiliado y desheredado, sino despojado de su nombre y su linaje, tal como le había ocurrido a él hacía ya 13 años.

Los oruuk eran un pueblo no solo orgulloso, sino inflexible; guerreros nómadas, habitantes de un desierto inmisericorde, sabían que debían ser tanto o más implacables que el mar de arena que los rodeaba si es que querían asegurar la subsistencia no solo de su kahan y sino de su raza entera.

-Leoo- la voz de la rubia muhasshi ("guerrera" en orukoi) lo regresó a la realidad, para encontrarse de frente con una gran lona casi impermeable que ella y la princesa eelph tendían ante él -necesitamos que exprimas aquí tu ropa, estamos colectando toda el agua que podamos-

Era una precaución comprensible, aunque estaban tan cerca que la sensible nariz del oruk ya podía oler la humedad de un arroyo o manantial en las inmediaciones de la colina na-Syriyá, cualquier cosa podía pasar en la media jornada de marcha que todavía les faltaba para llegar y era mejor estar prevenidos contra cualquier eventualidad.

Un tanto turbado, Leoo pudo sentir los ojos de ambas mujeres clavarse en su torso cuando se desprendió de la empapada camisola de algodón. El pecho recubierto por un fino vello anaranjado se expandió mientras sus brazos se alzaban para sacar la prenda por encima de su cabeza, revelando la sólida musculatura característica de su raza.

Y mientras exprimía con cuidado pero firmemente la prenda, el primer rayo de sol rompió a través del horizonte, arrancando un reflejo de plata y oro de la empapada cabellera de Irizoç, el cual, inevitablemente, atrajo la mirada de Leoo, cuyos ojos se cruzaron, por un instante apenas, con los de la joven eelph.

Phantasya. Trinidad de sombrasWhere stories live. Discover now