CAP. 56.- TEORÍAS, TEORÍAS, TEORÍAS.

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Dos días. Dash llevaba dos días sin despertar.

Y en dos días, Soarin apenas se había alejado de su lado.

El Doctor Stable había llegado el día anterior, fue entonces cuando más tiempo estuvo alejado de Dash. Él dejó un sorprendente diagnostico al salir del quirófano seguido de Firefly: Dash estaba recuperándose a la perfección. Su herida ya casi estaba completamente curada y su cuerpo, poco a poco, iba respondiendo a estímulos. Sus huesos rotos ahora estaban cada uno curado y en su lugar y, lo más sorpréndete de todo, su ala izquierda también estaba mejorando a ritmo fenomenal a pesar de que Firefly había dicho que esta había quedado como poco más que una bolsa de huesos rotos.

Su cuerpo se regeneraba poco a poco.

Soarin no se había sentido tan feliz en un largo tiempo.

El día era un ir y venir de ponies quienes venían a ver cómo estaba su Capitana. Nadie quería hacer nada sabiendo que ella estaba allí, luchando silenciosamente, así que el entrenamiento se había cancelado por el momento.

O, siendo honestos, no había sido solo eso. No. Era por Soarin. Él era el único guía que el campamento entero tenía y, sin importar cuanto le insistieran Pinkie, las enfermeras o sus amigos, él no salía del quirófano ni siquiera para volver a su tienda por la noche. En realidad, Firefly se había encargado de que se le fuera dado una frazada y para el frío por la noche, pues se rehusaba incluso a ocupar la cama quirúrgica que una vez había sido de Maud, negándose a abandonar su lugar junto a Dash o a soltar el casco que había estado apretando desde que le habían permitido entrar. Se acostaba aferrado a ella y se despertaba aun aferrado. Casi temía que, si la soltaba, ella se esfumaría como neblina.

En estos dos días de vela, había tenido mucho tiempo para pensar. Era increíble la rapidez con la que el suero regeneraba sus heridas al punto que, las que estaban en partes visibles de su cuerpo, cubierto por una desechable bata de hospital, ya casi no se veían. Eran como pequeñas marcas que estaban desapareciendo lentamente. Y aun con ellas, ella seguía siendo hermosa. Se veía tan pacífica y, a la vez, tan contrariada. Esas cicatrices, más visibles ahora que nunca sobre su rostro pálido, contaban tantas historias de dolor y tragedia, de lecciones y madurez. Una madurez sorprendente para alguien que apenas había pasado la adolescencia.

A veces le gustaba acercarse a su rostro y contar sus pestañas. Era una tarea imposible. Estar tan cerca de su rostro era demasiado para él y siempre se apartaba antes de poder llegar a contar quince. Estar presente allí lo hacía sentir extraño ¿qué hacía él allí, sentado junto a un casi cadáver? Sin embargo, no podía irse. Si ella abría los ojos, quería ser el primero en confirmar que esas piscinas magenta seguían brillantes como siempre.

Además, le había hecho una promesa. Un voto, mejor dicho.

Tres suaves golpes lo devolvieron a la realidad. Nuevamente, se había perdido admirando su rostro. La puerta se abrió con un chirrido, lo cual hasta ahora no había notado, indicando que necesitaba aceite con urgencia. Firefly apareció por el umbral, cargando en su lomo una bandeja con comida recién hecha. Ella le esbozó una sonrisa y Soarin se enderezó. En estos dos días, Firefly se había recompuesto mucho.

"Todos están reunidos para el almuerzo" le anunció, acercándose "Pero sabemos que no piensas salir de aquí, así que te traje comida"

"Sabia elección" murmuró Soarin, volviendo a apoyar la barbilla en el colchón "No tengo hambre"

"No has tenido hambre desde hace dos días" refutó Firefly, poniendo con delicadeza la bandeja junto a su hocico. Olía a zanahorias cocidas y avena con un toque de miel "Y los cocineros han hecho un gran trabajo hoy, aunque no he probado aún nada, pero huele a que alimenta"

Heridas del PasadoWhere stories live. Discover now