CAP. 59.- ....CUENTAME QUÉ PASÓ

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Soarin fue echado de la habitación hacia el pasillo en cuanto ellas empezaron con su charla. La verdad, les estaba tomando bastante y, apoyado contra la puerta, Soarin jugueteaba con un jirón de tela que había encontrado tirado en el piso, haciendo y deshaciendo nudos complicados para mantenerse ocupado. Seis nudos después, se dio cuenta de que la tela era del mismo material que el revestimiento de su uniforme, y se lo miró por todas partes la ropa para encontrar la rasgadura. La encontró en su pata trasera izquierda, cerca de las rodillas, y revelaba la tela interior del uniforme, fabricada especialmente para retener el calor y devolverlo al cuerpo. Era una ayuda, pero aun así las inclemencias climáticas lograban sacarle escalofríos.

Se volvió a apoyar contra la puerta, apenas escuchando un murmullo viniendo del otro lado, y siguió con sus nudos hasta que, sin aviso, la puerta se abrió y él se cayó de espaladas con un alarido de sorpresa. Miro arriba y vio a Pinkie, aguantando la risa, con un casco todavía agarrando la perilla.

"Gran aterrizaje" comentó Pinkie. Soarin sintió que sus mejillas se calentaban de vergüenza y le dedicó una mirada a la yegua.

"Pudiste avisarme, ¿sabes?" dijo, sin molestarse en volverse a levantar. Pinkie soltó una risita e hizo un gesto sobre su hombro.

"Quiere hablar contigo, ve" Soarin se levantó y Pinkie le acomodó el broche con su cargo y nombre "Iré a ver a Cheese, luego vuelvo a por ella"

Soarin miró a Dash: seguía en su misma posición, con la cabeza apoyada en las almohadas y los ojos cerrados, serena, probablemente inmersa en sus pensamientos. Pinkie susurró una despedida a Soarin, le dijo adiós a Dash y se fue por la puerta que daba directo al exterior, dejando a Soarin solo con Dash. Por alguna razón, lo primero que vino a su mente fue que no habían pasado solos desde hace días, y eso lo hacía sentir vacío.

Luego, recordó su voto. El que había hecho mientras llevaba su cuerpo inerte de vuelta al campamento, rogando a las Princesas que ella viviera y, como sacado de una cursi novela para adolescentes, juró confesarle todo lo que sentía por ella cuando se recuperara.

Y entonces la observó. Melena hecha un desastre, ojeras, pálida, vendada, cubierta en las rosas marcas de sus heridas cicatrizando y ambas alas bien colocadas para que estuvieran totalmente cerradas.

No. No aquí y no mientras ella estaba así. Se merecía algo mejor.

Ella fue la primera en hablar.

"¿Puedes acercarte?" exhaló, apenas sobre un susurro. No abrió los ojos para mirarlo, pero Soarin no necesitaba que lo hiciera para entender que era casi una petición significativa para ella.

Asintiendo, a pesar de que ella no lo podía ver, se acercó con pasos ligeros a ella y se sentó junto a la cama, en el mismo lugar donde lo solía hacer en su vela. Consideró la idea de quedarse para vigilarla por las noches, pero seguro que ella no le dejaba. Además, tendría que explicarle que había estado vigilándola todo este tiempo y ¿qué sacaría con hacerla sentir incomoda? No creía que él mismo fuera capaz de contarle. Decidió que sería un secreto para ella, que se enterara de alguien más probablemente sería menos vergonzoso.

Bueno, eso esperaba.

De pronto, Dash se irguió un poco, abrió los ojos y lo miró, llena de rabia silenciosa que lo tomó desprevenido ¿por qué estaba tan enojada? Soarin se sintió como cuando era potro y su madre lo encontraba comiendo las galletas que guardaba en la alacena de más arriba. Siempre las lograba sacar y comerlas, pero su madre le lanzaba regañadas terribles que, eventualmente, le enseñaron a no tomarlas más, porque a pesar de que ella no era dura, sí que era firme, y no dejaba nada sin hablar. Esto fue recompensado con galletas todos los días, a cantidades pequeñas, acompañadas de leche tibia antes de dormir.

Heridas del PasadoWhere stories live. Discover now