Parte 8

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A medianoche, Camila escuchó una llave girando en la cerradura. Su estómago gruñó y se dio cuenta en ese momento que no había comido nada en todo el día. El estrés había empezado a pasar factura a su cuerpo, alcanzó la mesilla y tomó otra pastilla de Maalox.

Luna apareció en la puerta. Estaba ligeramente abierta, pero dio un pequeño golpe suave igualmente.

— Entra, cariño. -respondió Camila a la llamada.

Cuando su hija entró hasta la luz,  la castaña pudo ver sus ojos rojos e hinchados por el llanto. Pensó que sus ojos, probablemente se mostrarían igual.

Luna miró al gran moratón que ya se había formado en la mejilla derecha de su madre y sus ojos se inundaron de nuevo en lágrimas, el verde iris desvió la mirada luchando contra los nervios y la humillación.

— Lo siento, mamá. -dijo tan suavemente que apenas sonó a susurro.

— Oh, cariño, está bien. No me has hecho daño; parece más de lo que es. Ven aquí. -pidió Camila, dando un pequeño golpecito sobre la cama.

Si cualquiera de las dos mujeres se paraba a pensarlo, estaban al borde de un ataque de nervios, pero la joven se dejó caer, llorando, en los brazos de su madre. Había pasado tanto tiempo desde que su hija le permitiera ese tipo de contacto que se sintió levemente rara al tener a Luna entre sus brazos de nuevo. La joven lloró y horas más tarde, después de que Camila sintió que Luna no tenía más lágrimas que llorar, la mujer sujetó a su hija en un fuerte abrazo.

— Seré mejor, mamá, de verdad que lo voy a intentar. -prometió Luna.

— Sé que lo serás, cielo, y sé que eso es lo correcto ahora, pero hemos dicho esas misma palabras muchas veces... -Camila acarició el pelo de su hija, dándole un beso en la parte de arriba.

— Quiero ser diferente, ser buena, pero entonces quedo con mis amigos y es tan difícil decir no... cuando bebo o fumo me hace sentir que todo irá bien. -Luna intentó explicar unos sentimientos que nunca había llegado a entender.

— Lo entiendo, Luna, créeme. Y no espero de ti que seas perfecta, pero siento que estamos perdiendo el control. Tengo una idea, creo, si estás de acuerdo. Es algo que será duro, cariño. -Camila se agachó y le susurró a su hija. — Va a ser duro para las dos, y tienes que prometerme que lo intentarás hasta el final, Luna. -Camila finalizó. — Necesito tu promesa más solemne.

Luna miró a su madre mientras la mujer secaba las lágrimas de su cara. — Te lo prometo, mamá. Sea lo que sea.

— Tengo miedo de que hayas olvidado tu promesa mañana, Luna. -dijo Camila suavemente.

Luna miró al oscuro moratón de la cara de su madre. — ¿A la mañana... esto estará todavía ahí?. -susurró la joven, acariciando el rostro de su madre.

— Sí. -susurró Camila.

— Entonces no lo olvidaré, mamá. -añadió Luna con renovada determinación.

* * * * *

Abril, 1984

Lauren entró a la casa de la Fraternidad dándose cuenta de que esa era una de las últimas veces que cruzaría el umbral como estudiante. Había comenzado su cuenta regresiva para estar sola en el mundo, sin Camila. Las dos mujeres intentaban no hablar de ello, pero ese era el último semestre de Lauren, a sólo un mes de la graduación, y ella ya tenía una beca para realizar un Máster en Berkley. Para la artista era difícil encontrar alguna motivación para volver a California. Sabía que sin Camila en su vida, volvería al camino de la soledad. Siempre cuidando de sí misma, sin dejar jamás que nadie viera a la verdadera persona que escondía en ella.

El Amor Es Ciego... (CAMREN)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt