Capítulo 6

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Aiko

Abrocho los tacones y termino de bajarme el vestido. En realidad no quiero ir, pero puedo tener una oportunidad en el ring.

He tenido que maquillarme para que no se vean los moretones. Parezco una de esas gurus de maquillaje, con kilos de maquillaje encima. Y qué difícil conducir una moto en vestido y tacones.

Al llegar al gimnasio me tengo que volver a arreglar de nuevo, porque me despeiné y el vestido se me subió. Me lo arreglo y voy subiendo las escaleras metalicas, haciendo demasiado ruido con los tacones.

Abro la puerta y entro.

— ¿Salinas?— mi voz hace eco en el gimnasio entre todas las maquinas.

Camino hasta el ring pero no lo veo por ningún sitio.

— ¡Ahora voy!— su voz me sobresalta— ¡Un segundo!

Me apoyo sobre el ring y espero. Hasta que escucho sus pasos aparecer por el fondo. La iluminación aquí no es nada del otro mundo, apenas una bombilla sobre el ring y la luz amarillenta que se filtra por los grandes ventanales. Veo su silueta aterradora, como monstruo de las tabernas, pero el olor fresco a gel de ducha y colonia cara hace del momento una enorme contradicción.

— Disculpa, me estaba duchando.

Llega hasta mi y me invita con la mano hacia la puerta. Caminamos juntos, y él me abre la puerta con caballerismo.

No sé qué decir, ni cómo actuar. No es que digamos que tuvimos encuentros tranquilos. Y espero no me diga de bailar o de hacer tonterías así porque estoy molida.

Nunca creí que 'el trueno' podía ser tan terrorífico. Sus golpes son como descargas eléctricas: te pican, pero te destruyen por dentro.

No llegó a darme ni dos golpes que a penas sentí, cuando perdí la conciencia. No sé ni cómo llegué a mi apartamento, sobre mi cama y con mi pijama.

Tengo un enorme moreton bajo el ojo, la muñeca me duele, a penas puedo girar la cabeza un poco, siento un pequeño pinchazo al inspirar... básicamente estoy molida.

Bajamos las escaleras, y mientras él cierra la puerta con llave, yo voy arreglando mis inexistentes pechos dentro del vestido.

— ¿Vamos? — su voz a mis espaldas me hace saltar. Escucho como se carcajea en burla— eres muy asustadiza.

Camina delante de mi y tengo que acelerar el paso para llegar a su lado.

Lo miro de reojo. Lleva una camiseta negra manga corta que trazaba todos y cada uno de sus músculos. Puedo jurar que es la talla más grande de aquella marca. Los pantalones son unos vaqueros desgastados, y lleva unas bambas negras. En una mano lleva un reloj muy caro, sin embargo en la otra lleva una pulsera desgastada hecha a mano.

No usa muchas joyas, a parte de la pulsera negra y del reloj, no veo nada en su cuello, ni ningún piercing. Se ha peinado, lleva gomina en el pelo, dándole ese aire jovial y casual que lo hace ver el hombre más amable y caballeroso del mundo.

— Adelante— no me percato hasta que me tiene abierta la puerta de un bonito Lamborghini negro.

Ya se empieza a notar eso de boxeador de padres ricos.

Lo miro, y santo cielo en el que siquiera creo, me está sonriendo. Y que sonrisa mas blanca y natural. No es de un blanco exagerado, sino de un blanco natural, que conjunta con sus labios enrojecidos por la ducha creo, porque nunca los había visto así.

Le devuelvo la sonrisa y subo a los asientos. Sí, acabo de asimilarlo. En el tiempo que él camina sin prisas hacia el otro lado del coche, me doy cuenta que me pasé un poco con el perfume. Estaba tan distraída que ni me di cuenta.

La chica de los guantes de boxeoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora