Capítulo 36

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Un sonido, fuerte, rápido, seguido de un silencio... No, no es silencio, son mis oídos... Pitan... Pero de fondo llego a diferenciar risas, varias risas. 

Hace frío, o al menos yo tengo frío. Intento moverme, pero es imposible. Entonces los recuerdos se amontonan en mi cráneo. Aiko, mi hija, Yan... 

Ayer me dieron de comer a Aiko y a mí. Intentamos sonsacarle información al capullo de Cánser, pero no dijo ni una palabra. Debo conocer el lugar al que nos ha traído, yo conocía muy bien todos los escondites y las esquinas de Yan, debo conocer este maldito lugar. Sólo necesito más pistas, saber un poco más. 

Aiko está muy débil, no es bueno para ella todo esto. El estrés de saber que perderá a nuestra hija la tiene muy agotada, física, pero también mentalmente. Hace días que la escucho llorar, y cuando tengo la oportunidad de verla se ve de tez pálida, cansada, y golpeada.

¿Cuánto tiempo llevamos aquí?

Ni puta idea. Sólo sé que hemos comido unas cuantas veces, y nada más terminar de comer del plato como perros, porque ni las sogas con las que nos atan nos quitan de las manos y los pies. 

Otro golpe me sobresalta, pero esta vez mis oídos, acostumbrados, ya no me duelen. Entonces consigo diferenciar algunas risas, carcajadas, voces graves. 

— ...Yo le dí en los huevos— decían— Cantinflas, ve a ver en cual de los huevos le dí

Tengo el impulso de hablar, pero siquiera puedo respirar con normalidad, sin que un pinchazo se instale en mi costado, volviéndome a recordar que no estoy para hacerme remarcar y que sigan golpeándome. 

Supongo que están entrenando a tirar, Yan lo hacía bastante, y la diferencia es que él lo hacía sobre objetos, no sobre cuerpos humanos. Unos largos minutos después escucho cómo carcajean y se alejan tras un chirrido metálico. Y silencio. Espero a que me asegure de que el silencio es real y no un producto ficticio de mi oído dañado, e interpelo a Aiko.

— ¿Aiko? 

Ella gime en respuesta, pero lejos, está lejos.

— Aiko dónde estás.

Silencio

No me responde y mi corazón da un vuelco, no quiero adivinar dónde está, ni por qué está ahí. No puedo evitar sentirme culpable, un nudo se instala en mi garganta y las lagrimas se acumulan en mis párpados, lágrimas de impotencia. 

— Aiko... ¿Qué te han hecho?

Silencio, luego la escucho sorber por la nariz, en sollozos sutiles, que apenas puedo escuchar por lo dañado que está mi oído.

Escucho unos pasos, luego la puerta vuelve a chirriar, y el conocido caminar de Yan se adentra en el lugar. 

— ¿Todavía no le has disparado?— pregunta

Silencio. Él camina hacia mí y deshace el vendaje que tapaba mis ojos. Pero hubiera deseado no ver nada. Una vez que se hubieron acomodado mis ojos a la poca luz del lugar, pude diferenciar la figura de Aiko, con un arma en alto, fijado en mí. 

Ahora entiendo todo. Debe matarme para conseguir a su hija, conozco los tratos sucios de Yan, la diferencia es que si ella cumple con el trato, él no lo haría, y ella se vería obligada a estar con él por su hija. 

— Aiko... No lo hagas— es lo único que sé decir

 — Lo siento— solloza con la voz rota— debo salvar a mi hija

Y cierro los ojos ante el disparo. Espero a que llegue el dolor, aunque estando congelado, y teniendo la circulación cortada por los vendajes y cuerdas que me ataban es poco posible que sienta dolor

— ¡No le has dado!— grita Yan descontrolado.

Abro los ojos y lo veo caminar enfurecido hacia ella. La toma del pelo y pega su nariz a su oreja.

— Juro que si no lo matas nunca en la vida volverás a ver a tu hija. 

Ella solloza pero empuña la pistola con más fuerza, dirigiéndola hacia mí. Cierro los ojos. Esta vez lo hará.

Escucho un disparo y mis oídos pitan. Seguro que me dio, aunque no sienta nada, porque básicamente estoy helado y la sangre ya no circula por mi cuerpo correctamente.

Escucho a Aiko sollozar, y repetir varias veces susurrando para ella misma «lo maté, lo maté». Y quiero verla antes de morir.

Quiero ver a la mujer que amé, que amo, y que amaré hasta la eternidad. La madre de mi hija, dueña de mi corazón y oxígeno que respiro. Y ahí esta, la cara tapada con las manos y sollozando ¿Quién lo diría? Esa de los golpes desestabilozadores, la campeona de Estados Unidos en boxeo, esa misma que en el Ring nunca me dejaba salirme con la mía. Al igual que en la cama, o en la cocina. Hasta en las más banales de las situaciones ella ganaba.

Sin embargo algo llama mi atencion. Sangre. No la mía, sino de otra persona llenaba el suelo y la pared cercana de Aiko. Sangre fresca por su tono rojizo fresco. Miro al suelo y encuentro lo que quizás en la vida habría imaginado: Yan yacía muerto, la cabeza explotada de un balazo. Su propia hija terminó con su vida. Aquel hombre temido por centenas que conocían su nombre. El mismo que asustaba a la prensa. Yan, él, había muerto, asesinado pour su hija.

— Aiko...— la llamo

Debe huir.

— Lo maté Safuan, lo he matado— susurra como una obsesa, caminando hacia mí toda llena de sangre.

— Aiko debes huir

Ella deja caer la pistola y se arrodilla frente a mí, tomando mi rostro entre sus manos, aún calientes por la pistola.

— Safuan, he matado a mi propio padre— dice, los ojos cerrados y pegando su frente a mi mejilla— Safuan, he matado a Yan... Pero debo hacerlo

— Está bien Aiko, cielo, amor, cariño— la interpelo— está bien. Has hecho lo correcto. Ahora debes buscar a Mai y huir. Vete lejos, cuida de ella, nuestra niña.

Ella solloza aún con más fuerza, y siento sus lágrimas cálidas correr por mi frente. Mi corazón se rompe en mil pedazos. Pero ella debe salir de este trance, debe seguir adelante.

— ¡Aiko carajo vete!— le grito. Sin embargo ella permanece en su lugar, sollozando.

Sus sollozos se van apagando, y poco a poco se va relajando. Se separa de mi y al fin puedo verla. Ella se limpia las lágrimas y me mira a los ojos. Lo veo, joder que si no lo veo. Esa determinación...

— Aiko...

— Lo haré— dice con firmeza.

— Aiko no entres en este juego sucio haz el favor. Debes permanecer lejos de este mundo, tu y mi hija ¿entendido? No te lo voy a permitir.

— Safuan, si mi padre ha muerto alguiem tomará el relevo, qué mejor que hacerlo yo.

Se pone en pie y me desata. Me sorprende la fuerza que aún tiene, y con la que sostiene mi cuerpo, que no soy para nada pequeño.

— Safuan... Tú lo harás conmigo

Dice, mientras me ayuda a levantarme para llevarme con ella.

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Bueno, aquí vuelvo  después de mucho tiempo. Siento haceros esperar, pero prefiero tener algo bueno que contar y no una simple tontería. También he de deciros que no he tenido mucho tiempo para escribir. Ha comenzado una etapa en mi vida a la cual me debo acostumbrar.

Enfin, gracias por vuestros votos, por los comentarios, e intentaré ser más regular en mis publicaciones a partir de hoy.

Un besazo

La chica de los guantes de boxeoWhere stories live. Discover now