Capítulo 37

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Junaid

¿Cuanto tiempo llevo sin saber nada de ella? Mucho, demasiado diría yo. Además Carrillo no nos deja salir del país, qué digo hasta para salir de casa debemos tomar decenas de precauciones. Hemos buscado en todas las cooperativas en las que ella participaba, y no encontramos nada. Como si la tierra la hubiera tragado. 

Por otro lado Safuan y Aiko aún no se sabe nada de ellos, Carrillo nos dijo que intentaban negociar con Yan, pero que aún no tenían ninguna respuesta clara. Él no decía exactamente qué quería a cambio de la vida de Aiko y Safuan. Por tanto hace casi 6 semanas que están bajo su secuestro. 

El conductor me dejó frente a la puerta del hospital y mis guardaespaldas bajan conmigo. Me acompañan hasta la zona de maternidad donde Miriam hacía su última ecografía. Está en su último mes, y ella toda preocupada por su salud, hacía ecografías cada vez que le venía en gana. 

En fin, saludo al doctor que me esperaba en recepción, y me lleva hasta donde tiene a Miriam, tumbada en la camilla con la barriga descubierta. Miramos por enésima vez al bebé, de muy buena salud y cómo se había movido de lugar. No soporto más la sonrisa falsa e hipócrita de Miriam así que le propongo esperarla fuera. 

Me apoyo sobre la pared mientras, para entretenerme un poco, leo los carteles de indicaciones y los pocos papeles que tengo a mi disposición. El área de maternidad, como quisiera estar aquí para ver nuestro hijo, mío y de Melek. 

Las enfermeras colocan una camilla vacía frente a mí, mientras se quejan de tener que darle la noticia de la muerte a los familiares. Sí, y pensar que en el mismo área donde nacen nuevas vidas, otras personas perdían las suyas. Curioso, me acerco al informe médico que habían dejado cuidadosamente sobre la camilla recogida. 

Por lo visto es una mujer, aún en sus cuarenta y poco años, sufre de un tumor cerebral en el lóbulo occipital, y se llama... ¿Barakat?

Todo sonido desaparece de mi alrededor. Tomo el informe entre mis manos y busco desconsolado el nombre de la paciente, sin embargo, tomado de una furia incontrolable, me veo incapaz de encontrarlo. Y lloro, mi Melek, no puede haber muerto mi Melek. Rebusco entre los papeles del informe, uno por uno, dos, tres, cuatro veces.

— Disculpe— una enfermera me despierta de mi sollozo. Sonriente toma el informe de mis manos

― ¡DÓNDE!

Ella se sobresalta y dice algo pero no la escucho, su compañera viene a tomar el relevo intentando explicarme lo que la primera me decía. Veo que la otra camina lejos por el pasillo. Incapaz de decir nada, la sigo hacia donde va. Necesito ver a Melek, aunque sólo sea su cuerpo inerte y sin vida, necesito verla y abrazarla. 

La sigo sin saber a dónde voy, pero necesito saber a dónde va a terminar ese informe. Empuja una puerta y entra. Dice algo, de lo que no escuché nada, pero una voz dentro responde. Mi corazón da un vuelco. Me apresuro a entrar y lo que veo me alivia, pero me perturba a la vez. 

Melek miraba sonriente por la ventana, hacia el cielo nublado y grisáceo, con un gotero conectado al brazo. Me sorprende su palidez, su delgadez. Pero no me importa. Entro y la estrecho entre mis brazos, con fuerza, sin importarme sus quejidos. Inspiro su aroma, destapo su cabello y lo tomo entre mis dedos, beso su cuello, beso sus mejillas. La abrazo con fuerza y la alzo del suelo, incapaz de sacar la alegría que emocionaba mi cuerpo. 

La bajo y tomo sus mejillas con fuerza. 

— ¡Estás viva! ¡Te he encontrado!— Su mirada parda se posa en la mía y esboza una sonrisa cansada. 

Y sin dudarlo ni un segundo, mezclo mi aliento con el suyo. Anhelaba la suavidad de sus labios, la dulzura de su saliva, la emoción, las mariposas, la felicidad, el amor, la pasión, el fuego, el calor... Extrañaba la vida. La extrañaba a ella. 

La chica de los guantes de boxeoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora