Capítulo 24

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Sulayman

Tomo de nuevo del vaso que tengo frente a mi. Ya está todo perdido. 

Llevo toda meses buscándola, pero Carolina es tan grande que ya ni sé donde mirar. Quiero explicarle todo, hacer que se quede conmigo por todas las maneras posibles, pero es demasiado tarde. Mamá es la única persona que no quiero perder, es la única persona de la que no puedo olvidarme. 

Ella es la que me dio la fuerza de seguir, la que me enseñó tantas cosas. No puedo perderla porque simplemente ella es la única razón que me queda para seguir con vida. 

El ser humano es el único ser capaz de mentirse y creerse su mentira. Somos como un lienzo en blanco que nuestras experiencias y vivencias van trazando con colores y gamas diferentes. Somos esculpidos por la vida, cada carácter y pequeño detalle de nuestra personalidad, hasta nuestros gustos, son condicionados por lo aprendido y por lo vivido. 

No soy tonto, soy bien consciente de lo que soy. Juzgan mi amor por la sangre como "psicopatía", como "desequilibro mental" y no. Yo no soy el que ha perdido el juicio. Ellos lo han hecho. 

Peor que las prohibiciones es la auto-censura, las reglas morales. Todos tenemos en nosotros una cara oscura, algunos creen controlarla, otros prefieren negarla. En público fingen una cara de hipocresía, cuando en sus interiores más profundos lo desean y suplican por tener una sola pizca. Y en esos momentos que tienen un instinto de un puto animal, no es que no quieran hacerlo, sino que no lo hacen porque es ilegal. 

Te doy a elegir cualquier ciudad, da igual la época o el país. Quítale las leyes y reza a Dios. Siempre hemos necesitado de un ser superior para protegernos, no de los demás, sino de nosotros mismos. La única realidad es que rezamos por miedo a la muerte, miedo al qué haré después. 

¿Te crees el dueño de tus actos? Aunque creas que estás solo en tu mente puede que estés compartiendo cuarto. Te dicen: "No toques" y tocas. "Cuidado que quema" y te abrasas. "No te conviene" y te enamoras. "No vuelvas a beber" y vuelta a la resaca. 

¿Quién "dice"? Ellos. Las voces. No. No las de la locura. Esas que toman las decisiones. Sí, "la razón y el corazón", en fin por nombrarlas hasta podemos ponerle "El ángel" y "El diablo". Me estoy volviendo loco, o tal vez ya lo estaba. Soy un pobre lobo obviando a su llamada, que al sentirse solo deja la manada.Yo le dí la culpa al destino. Y el destino, se rió de mí. 

El camarero, un señor mayor, con barba y un traje negro con delantal, se acerca a mi y se agacha sobre la mesa para poder hablarme. Apagaron la música hace tiempo y la gente se ha ido yendo poco a poco. Levanto la mirada a mi alrededor, no me di cuenta de que ya habían recogido todo. 

— Hijo, debes irte, vamos a cerrar. 

Asiento y me tomo mi último vaso de un trago. Ya ni lo siento pasar por mi garganta. Me intento poner en pie peor caigo sobre el suelo. No siento nada. 

Unos zapatos limpios y brillantes aparecen en mi campo de vista. Y unos brazos fuertes me alzan del suelo. 

— Vamos— a penas reconozco su voz, pero intuyo que es el inspector Carrasco, es el único que vendría a verme aquí. 

* * *

Abro los ojos de nuevo, desearía no hacerlo, y dormir eternamente. Ya me he acostumbrado al dolor de cabeza, pero ésta vez tengo otros dolores, posiblemente de las caídas de ayer. El capullo de Carrasco se cobra las suyas cuando no puedo ni ponerme en pie. 

Entro a la cocina y lo veo sentado al lado de la isla con su portátil en la mano. Está hablando con alguien, en español, pero poco me interesa su ruido. 

Me lavo la cara y me hago un café para ir a sentarme frente a él. Se despide de la otra persona, aparentemente alguien familiar suyo, y se cruza de brazos sobre la isla. 

— Tienes que superarla tío.

— ¿Superas tú a tu madre?— le replico en un susurro. 

Eso parece molestarle. 

— No puedes dejar de vivir tu vida. Necesitas volver al ring. Ya sé que no nos hemos llevado bien, pero no puedo dejar que te pudras en un bar— alzo la mirada hacia él. Creo que tiene razón. 

— Espera a que se acabe el asunto de mi madre y te partiré el cuello

Él entiende mi afirmación, y sabe que soy capaz de ello. Pero se limita a sonreír.

— Ella decidió tomar de mi mano

Lo miro con tranquilidad, aún no. 

La traición de Yan aún está grabada a fuego en mi frente. Necesito hacerle pagar lo que hizo el muy cabrón, él y la puta rubia de los huevos. 

El último ring que iba a jugar era por Sahani y su hermana. Por lo visto Troy conoció a una tal Sahani en Australia, hija de un enorme narcotraficante, aliado y amigo de Yan. En fin la historia se cuenta sola. 

Cuando Yan me lo presentó, él me dijo que vendía sus hijas en el ring. Supe que él las buscaba porque alguien las había secuestrado. Ese alguien era supuestamente Troy, y si ganaba, él dejaría en paz a Troy ¿Contra quién? Contra él.  

En realidad él ya había vendido a sus hijas por una mercancía que había llevado mi hermano a Madrid, pero la trampa se construía más allá. Esa misma noche, cuando iba a entrar, llamarían a la policía, avisando que el Trueno jugaba, y por una enorme cantidad de droga. 

¿Porqué Yan me habría construido una trampa, yo su más fiel soldado? Pues porque se enteró de que yo era el entrenador de su hija. Algunos rumores hicieron que sospechara, y que me pusiera el ojo encima, sobretodo tras salvar a Sandra. 

Por lo visto él ya tenía pensado venderme porque tenía grabaciones de llamadas mías y vídeos míos como Trueno. O quizás simplemente sólo tomaba sus precauciones. 

Y luego Miriam que buscó por todos los medios posibles encontrar una manera para destruir a mi familia. Por lo visto está embarazada y se las buscó para atribuir su embarazo a papá, y como vio a Troy con Sahani, supo que su padre era un enorme narcotraficante. Al final elaboró un plan macabro en el que reunía fotos y pruebas para crear una tesis de porqué no puede permitir la relación entre su hija y mi hermano. 

Miro la venda en mis dedos. Por culpa de ese capullo he perdido todo. Porque él fue tan tonto como para obedecer sin ver la trampa en la que estaba cayendo. Supe por el propio inspector que Aiko se había marchado. Pero aún no es momento de buscarla. Sé que con él está en buenas manos, y él por su parte sabe que si la toca su vida estará destruída. 

Alguien toca la puerta escandalosamente, y Carrasco y yo nos miramos sorprendidos 

— ¿Esperas a alguien?

Él niega con la cabeza y se dispone a ponerse en pie. Me pongo en pie también y camino a la puerta. Miro por la mirilla y más nervioso me pongo. Sulayman está al otro lado de la puerta. Abro la puerta y lo miro extrañado, por su parte, su sonrisa no se hace de esperar y se lanza a mis brazos. 

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Hay partes que salto porque son redundantes y como ya las he escrito en la parte anterior sería inútil volver a citarlas. Así que las omito. 

En fin, si te ha gustado déjame tu voto y un comentario. Señores, aquí empieza la historia de Melek y Junaid, y sólo prometo que os gustará.

Un besazo


La chica de los guantes de boxeoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora