Capítulo 40

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Safuan

Sigo con la mirada su cuerpo desnudo y sudado desde los edredones hasta la puerta del baño que hay en su cuarto. 

Mi corazón late con emoción y una sonrisa idiota sale a flote. Esta chica me tiene loco. Escucho el agua correr y me apresuro a seguirla a la ducha. Sin embargo, nada más entrar yo al baño veo su mano salir de la ducha y alcanzar la toalla. 

— No te ilusiones con lo que acaba de pasar— dice apartando la cortina de la ducha. Sujeta la toalla a su pecho mientras se seca los pies en la alfombra de baño— dio la casualidad de que te encontré a ti delante y necesitaba descargar la energía y el anhelo de mi hija. 

Y sale del baño. La escucho abrir el armario, y yo ahí, congelado, con ganas de estamparla contra la pared por ser tan fría y ruda, por desilusionarme y romperme en pedacitos. Aprieto los dientes. Genial, ella no quiere, pues abriré un desfile de chicas a mi cuarto. Cada noche una, a ver lo gracioso que se le hace. 

Hoy tendremos que llevar la entrega al Monte, la casa de José Eduardo Montero. Él es el pez gordo y necesito que caiga y que terminemos con todo de una vez por todas. No han podido detenerlo porque no hay pruebas en su contra. Sabemos que ha cometido muchos asesinatos, sin embargo las personas sólo se reportan como desaparecidos puesto que sus cuerpos no han sido encontrados. Sabemos de igual forma que es uno de los grandes exportadores a demás países, que tiene contactos y que lo necesitamos para que los demás confíen también. Esto tomará meses y estoy impaciente. 

Será esta noche. Aiko y yo iremos invitados a cenar y la entrega se a media noche. Todo tiene que estar perfecto, sino estaremos muertos. 

Aiko enfila su vestido a mi lado, mientras yo ato mi corbata

— Llevamos armas— le digo sonando lo más serio posible. 

— No, Mario y Nathaniel estarán esperando fuera. Si las cosas se ponen feas entrarán.— se sienta para maquillarse.  

Su vestido es muy apretado y deja poco a la imaginación, y encima piensa maquillarse y peinarse. Tampoco es que vaya a tirárselo. Sin embargo no digo nada. Termino de perfumarme y salgo al coche antes que ella. Necesito respirar. 

Unos minutos más tarde ella llega con su bolso en la mano, abre la puerta del copiloto y sube. Ninguna palabra sale de su boca hasta que no llegamos al Monte. Un hombre armado nos para a medio camino. Bajo la ventanilla y lo miro. 

— Buenas noches señores— nos dice— el señor los espera

Asiento y vuelvo a acelerar. Al llegar al enorme portón de la cerca de la mansión, tres hombres armados se acercan al coche, mientras el cuarto corre a abrir el portón. 

— Trueno— me dice uno de ellos— Escuchamos mucho sobre ti. 

No respondo y me limito a adentrarme y aparcar el coche frente a la fuente del jardín. Ya había venido aquí con Yan a una fiesta de cumpleaños que había celebrado Montero aquí, por lo tanto conozco el lugar. Aiko pasa su brazo por el mío y arregla su vestido antes de caminar juntos a la puerta.

El mismo que nos abrió el portón nos hace entrar a la mansión, de diseño clásico y con muebles que habrán pertenecido a alguno de los grandes gobernadores de tenochtitlán. 

Nos recibe en el comedor, con su esposa a su lado. Una mujer no tan joven, pero muy bien conservada. Ya la caté en su día y no está nada mal. 

— Bienvenidos— nos dice Montero acercándose a nosotros y soltando a su esposa que quedó atrás. 

— Gracias— dice Aiko con una sonrisa. 

Montero y yo nos estrechamos las manos, y cuando Aiko le tiende la mano él se la lleva a los labios. Me limito a sonreír aguantándome. Esta noche todo tiene que salir como previsto. 

La chica de los guantes de boxeoWhere stories live. Discover now